viernes, 17 de enero de 2020

LA DRACMA PERDIDA


“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla?” (Lucas 15:8).

Cuando nuestra hija (J) tenía tres o cuatro años perdía con frecuencia algún juguete, ropa u objeto. Buscábamos por todas partes y al final le preguntábamos:
—Claudia, ¿dónde está tu muñeca?
Echando una ligera ojeada a su alrededor y con tranquilidad, respondía encogiendo los hombros:
—¡Está perdida!
De esa manera se despreocupaba y pasaba a otra actividad. Pero tal actitud no es fácil de encontrar en los mayores. Cuando perdemos algún utensilio, herramienta u objeto, nos irritamos y no somos capaces de hacer otra cosa hasta encontrar lo perdido.
Esta es la conducta de la mujer que tenía diez monedas y perdió una. En primer lugar, se trataba de una pérdida importante: una dracma era el valor del salario de un día, una suma relevante para una mujer sencilla. Existía además en aquel tiempo la costumbre de que, antes de una boda, el padre de la novia le entregaba diez dracmas a modo de dote en caso de necesidad. Algunos comentaristas nos dicen que las casadas llevaban sus diez dracmas en una diadema a la vista de todos; así que todo el mundo se daba cuenta cuando se perdía alguna moneda.
En segundo lugar, la búsqueda fue intensa. Las casas en el oriente eran oscuras y llenas de polvo y tierra. Por ello, nuestra mujer enciende la lámpara, barre la casa y se resuelve a encontrar la moneda. Finalmente, la búsqueda es exitosa. Encuentra la dracma, acude a sus amigas y vecinas y todas se gozan en el hallazgo. Jesús añade: “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Luc. 15:10), dando a entender que cada uno de nosotros somos esa moneda cada vez que nos perdemos.
La parábola tiene un valor especial en términos de estima propia. La moneda, por preciosa que sea, no puede cumplir su misión de proporcionar bienes mientras esté perdida. Lo mismo ocurre con nosotros: no participamos del gozo de servir hasta que nos encontramos con Jesús y llegamos a ser completos. Con frecuencia el Señor usa a otros (la mujer en la parábola) para que nos busque y nos invite a regresar a Dios. Otras veces, el Espíritu Santo actúa directamente sobre el corazón y nos convence.
La imagen de la moneda es excelente pues las monedas llevan la marca de la autoridad que las acuña. Tú y yo llevamos la marca del Creador en cada cual y su imagen se restaura en nosotros cuando él nos encuentra. Respondamos hoy afirmativamente al Señor cuando nos busque.

DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020

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