sábado, 5 de septiembre de 2009

EL ODIO Y LA VENGANZA

Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores (5. Mateo 6: 12).

El espíritu de odio y venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. «Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él» (1 Juan 3: 15). Se me mostró a Satanás tal como había sido antes: un ángel excelso y feliz. Después me lo mostró tal como es ahora. Todavía tiene una regia figura. Todavía son nobles sus facciones, aunque es un ángel caído. Pero su semblante denota viva ansiedad, inquietud, desdicha, malicia, odio, falacia, engaño y todo linaje del mal... Vi que se viene dedicando al mal desde hace tanto tiempo que en él las buenas cualidades están degradadas, y todo rasgo malo se ha desarrollado. El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el cielo, continúa inspirándola en la tierra... La represión del pecado despierta aún el espíritu de odio y resistencia. Cuando los mensajeros que Dios envía para amonestar tocan la conciencia, Satanás induce a los hombres a que se justifiquen y a que busquen la simpatía de otros en su camino de pecado. En lugar de enmendar sus errores, despiertan la indignación contra el que los reprende, como si éste fuera la única causa de la dificultad. Desde los días del justo Abel hasta los nuestros, tal ha sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes osaron condenar el pecado. Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una oportunidad para matar a David, vivía temiéndole, en vista de que evidentemente el Señor estaba con él. El carácter intachable de David provocaba la ira del rey; considera que la misma vida y presencia de David significaban un reproche para él, puesto que dejaba a su propio carácter en contraste desventajoso. La envidia hacía a Saúl desgraciado y ponía en peligro al humilde subdito de su trono (Mente, carácter y personalidad, t. 2, pp. 543, 545).

Elena G. de White
Tomado de Manifestaciones de su amor.

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