sábado, 14 de noviembre de 2009

MANOS DE MUJER

Dicho esto, les mostró las manos y el costado Al ver al Señor, los discípulos se alegraron (Juan 20:20).
Me gusta imaginar cómo son las anos de Jesús. Manos fuertes, seguras, amables y con cicatrices que serán como un sello eterno de su amor por cada una de nosotras. También me gusta imaginar las manos de tantas mujeres que han desfilado por la historia. Las manos de Eva, manos perfectas creadas por Dios, que tomaron la fruta que Dios le había prohibido, que sostuvieron al primer bebé en ellas y también las primeras manos de una madre que sostuvieron a un hijo muerto.
Manos de Sara, acostumbrada a prepararse para los viajes, que se llevó a la boca mientras reía del mensaje de Dios y que después, ya arrugadas por la edad cambiaron los pañales de su hijo. Manos de la esposa de Lot, que habían peinado el cabello de dos hijas, adornadas a la usanza de Sodoma, la ciudad donde vivía, y que después se endurecieron y emblanquecieron como la sal. Manos de Rut, que crecieron adorando ídolos, que se aferraron a su suegra Noemí, manos fuertes que recogieron espigas de trigo, arroparon al abuelo del rey David. Manos de Ana, que limpiaron incontables lagrimas de sus ojos, que se unieron en suplica a Dios y que después se agitaron para decir adiós a su hijito de tres años que se quedaba en el tabernáculo.
Manos de Ester, manos hermosas, cuidadas durante un año con oleo, mirra, perfumes y cremas. Manos valientes que no temblaban. Manos que señalaban a quien quería asesinar a su pueblo. Manos de Dorcas, lastimadas por la aguja, con cicatrices y gastadas. Manos que se quedaron sin vida, que las lavaron y las velaron. Manos que volvieron a vivir y volvieron a servir.
Manos de Elena G. de White, manos frágiles que sostuvieron una pesada Biblia durante horas y una pluma durante años para dejar al pueblo de Dios su mensaje por escrito. Manos que aliviaron a su esposo enfermo, que enterraron a dos hijos y que viajaron por vario países para esparcir la luz del evangelio. Manos de mi madre, que vi muchas veces unidas en oración. Que cuidaron a cinco niños hasta que se convirtieron en adultos profesionistas cristianos y buenos ciudadanos. Mis propias manos, que trabajan en computadoras y hacen cuentas y comparten su fe con sus compañeros de oficina. Que un día se unieron a las del hombre que se convirtió en mi esposo y que hizo del matrimonio el estado más feliz de mi existencia.

Nidia Santos Vidales
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.

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