lunes, 15 de febrero de 2010

NUESTRA ÚNICA ESPERANZA

El Señor es nuestra justicia (Jeremías 33: 16).

La imposibilidad humana de llegar a ser justos por nuestros propios esfuerzos es el segundo fundamento del evangelio. Si pudiéramos ser justos y santos por nuestra voluntad o esfuerzo personal, no necesitaríamos el evangelio. Esto implica que Cristo no hubiera tenido que venir a morir por nosotros, y el plan de salvación del hombre no se habría elaborado bajo esas premisas. Cada quien tendría que salvarse por sí mismo. El mérito sería personal.
Pero, humanamente hablando, no hay remedio para nuestro mal espiritual. El profeta preguntaba: «¿No queda bálsamo en Galaad? ¿No queda allí médico alguno? ¿Por qué no se ha restaurado la salud de mi pueblo?» (Jer. 8: 22). Ya vimos que el apóstol Pablo exclamaba: «¿Quién me librará de este cuerpo mortal?» (Rom. 7: 24). Desde el punto de vista humano, el apóstol no hallaba ninguna solución. Dejados a nuestras fuerzas, no podemos alcanzar la elevada norma que se requiere para estar en la presencia de Dios.
Es por eso que el evangelio solo tiene sentido para los que reconocen esa imposibilidad. Al darnos cuenta que se requiere justicia y santidad para estar en la presencia de Dios, que no tenemos esa justicia y que desde el punto de vista humano no podemos alcanzarla, entonces el mensaje del evangelio tiene una gran trascendencia en nuestra experiencia personal.
Si no creemos que se requiere justicia y santidad para estar delante de Dios, el evangelio pierde su importancia; si reconocemos esto pero creemos que somos justos, no necesitamos el evangelio; si aceptamos esto otro pero concluimos que podemos ser justos por nuestro esfuerzo personal, tampoco necesitamos el evangelio. Es por eso que una comprensión cabal del evangelio envuelve el entendimiento de estas tres premisas fundamentales. Esto nos prepara para el último fundamento del evangelio: Esa justicia que se requiere, que no tenemos y que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, solo se puede obtener de una fuente externa. Esa fuente externa es Dios, es el único que nos la puede dar, porque él es realmente justo. Por eso el profeta decía que en el día final se dirá: «El Señor es nuestra justicia» (Jer. 33: 16).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C

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