sábado, 13 de marzo de 2010

EJEMPLOS DE CONTRICIÓN

Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ellos no los alcanzarán (Salmo 32: 6).

Cuando la persona angustiada por su pecado está bajo la influencia divina, descansa en Dios. Cuando está bajo la influencia del poder de las tinieblas, puede descontrolarse y terminar en el suicidio y la muerte.
Estos dos casos se ilustran vividamente en las Escrituras. En el primero, tenemos la experiencia por la que pasó el apóstol Pedro. Él amaba entrañablemente a Jesús, y estaba dispuesto aun a entregar su vida por él. Pero como muchas personas en el mundo, no tenía un concepto claro de sí mismo. Creía que se conocía bien, y pensaba que estaría dispuesto a todo para seguir a Jesús. Pero estaba equivocado. Cuando el Señor, tratando de protegerlo, le reveló un aspecto oculto de su personalidad, no lo aceptó. Jesús le dijo: «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo» (Lúe. 22: 31). Simón replicó: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo tanto a la cárcel como a la muerte» (vers. 33). Jesús, trató de convencerlo, le contestó: «Pedro, te digo que hoy mismo, antes de que cante el gallo, tres veces negarás que me conoces» (vers. 34). Pero Pedro era porfiado. Lo que no sabía era que, aunque no se intimidaba ante la muerte, le tenía un horrendo miedo al ridículo y al escarnio. Esto lo llevó a negar que conociera a Jesús. Cuando se dio cuenta de quién realmente era, su enorme pecado lo agobió y salió corriendo del lugar. Reflexionó en la ignorancia y terquedad que lo llevaron a cometer tan vil pecado. Pensó en el amor de su Maestro, que trataba de librarlo del mal, y el Espíritu de Dios lo llevó de vuelta a Cristo y a la vida. Así nos sucede a muchos. Necesitamos pasar por una experiencia traumática de dolor y tristeza espirituales para darnos cuenta de lo que somos. Con la ayuda del Espíritu, podemos reencauzar nuestra vida hacia Dios. Como Pedro, algunas veces tenemos que llorar amargamente por haber hecho algo que ofendió al Dios que nos ama. Ese Dios está todavía allí para ayudarnos a hallar descanso.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C

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