domingo, 13 de enero de 2013

EL CONTADOR DE ARENA

Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo (Juan 1:9).

Dios, para decir que sus redimidos serán muchos, dijo que serían como «los granos de arena del mar» (Jer. 33:22). Imagino que también en el mundo griego circulaba la metáfora de los granos de arena, porque el geómetra Arquímedes escribió un libro titulado El contador de arena.
El término «infinito» no era del agrado de Arquímedes, así que le escribió al rey Gelón en estos términos: «Trataré de demostrarte mediante pruebas geométricas que podrás comprender que los números que yo nombre [...] superan, no solo el número de la masa de arena que es igual a la magnitud de la tierra [...] sino también del universo».
Arquímedes llegaba a la conclusión de que se necesitarían 10 a 63 granos de arena para llenar el universo de Aristarco. El cosmólogo norteamericano Edward Harrison señaló, analizando los cálculos de Arquímedes, que 10 a la 63 granos de arena contendrían unos 10 al 80 núcleos atómicos, cifra relacionada con el llamado número de Eddington, el número de protones contenidos en el universo visible que el astrofísico inglés Arthur Eddington calculó por primera vez a fines de la década de 1930. Así, Arquímedes, suponiendo que el universo tiene una densidad de materia mucho mayor que la que tiene realmente, llegó a una suma total de materia cósmica relacionada con el cálculo que hiciera Eddington muchos siglos después.
Dejando a un lado la posible inexactitud de todo esto, ¿no te parece maravilloso? ¿Cómo llegó Arquímedes, que vivió más de doscientos años antes de Cristo (del 287 al 212 a. C.), a una cifra que solamente parecía posible de calcular con los conocimientos físicos y matemáticos del siglo XX? Creo que se debe a la luz que Dios da a todos los hombres que nacen en el mundo, como dice nuestro texto de hoy.  El Señor no solamente revela su verdad «al oído» (Job 33:16), sino también su conocimiento. Elena G. de White escribió: «El mundo ha tenido sus grandes maestros, hombres de intelecto gigantesco y [abarcador] espíritu investigador [...]. Pero antes de ellos estaba la Luz [...]. En lo que tenga de cierto su enseñanza, reflejan los rayos del sol de justicia. Todo rayo del pensamiento, todo destello del intelecto, procede de la Luz del mundo» (La educación, cap. 1, p. 14).
Es emocionante pensar que mientras Arquímedes forzaba su gigantesco intelecto para descifrar el misterio del universo, Jesús, la Luz, estaba allí, susurrándole al oído su conocimiento. Él puede ayudarte a ti también. Dios te puede dar sabiduría, no solo en cuestiones espirituales, sino también en los diversos ámbitos científicos y tecnológicos. Acércate a él.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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