sábado, 29 de enero de 2011

EVITA LAS CRÍTICAS

No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Lucas 6:37.

La gran diferencia entre los seres humanos y el resto de la creación es su capacidad de pensar, dada por Dios. Incluido en ese don se encuentra el discernimiento que nos permite evaluar y juzgar todas las cosas de acuerdo a los parámetros señalados por la Biblia, la sociedad o nosotros mismos.
Como parte de su efecto, el pecado también estropeó la capacidad de juzgar. En vez de juzgar las circunstancias, aprendemos a juzgar a las personas. Por eso el Señor Jesús impartió un principio que se aplica a la práctica de condenar a los demás: "No juzguéis para que no seáis juzgados".
Si bien este principio debería aplicarse a nuestra relación con toda persona, la experiencia de Miguel ilustra cómo aplicarlo en el caso de los padres. Este joven era el mayor de cuatro hermanos y había sido educado dentro de una familia cristiana. Había recibido desde pequeño los valores y el amor que lo hacían sentirse respaldado y protegido como hijo, pero no todo era perfecto en su familia.
A medida que creció, notó que el trato que sus padres daban a sus hermanos menores era muy diferente del que él había recibido. Por eso censuró duramente a sus padres. Era verdad que la disciplina que había recibido no era perfecta, que al paso de los años sus padres habían aprendido y modificado algunas conductas en relación con sus hijos. Ellos habían "aprendido" a ser padres, así como él había "aprendido" a ser hijo. En estas áreas nadie nace sabiendo y muchas veces se aprende por la experiencia adquirida. Este fue el caso de los padres de Miguel. Con el tiempo comprendió que todos cometemos errores en todos los ámbitos, ya que estamos en un mundo imperfecto y somos seres falibles.
A todo esto, hoy el Señor nos invita a no juzgar a nadie, y en especial a nuestros padres. Ellos seguramente dieron lo mejor dentro de sus posibilidades; y llevando el consejo de Jesús más lejos, podríamos preguntarnos: ¿Es justo demandar que ellos sean perfectos y libres de errores, cuando nosotros como hijos nos equivocamos muchas veces? La respuesta lógica es no, y eso nos tiene que llevar a comprenderlos y a perdonarlos con amor; con el mismo amor que recibimos de sus manos y que fue puesto por Dios en sus corazones. Por eso, agradécele a Dios por los padres que te dio, y lejos de criticarlos, anímalos para que se superen día a día.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

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