domingo, 2 de enero de 2011

UN DIOS QUE ESCUCHA

En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios; el oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó a sus oídos. 2 Samuel 22:7.

La angustia era evidente en el rostro de Francisco, y después de tomar asiento en mi oficina comenzó a contarme lo que estaba viviendo. Su madre lo había echado del hogar. Sin saber a dónde ir, la primera noche decidió quedarse en una plaza. Al día siguiente en el colegio no se animó a contarle a nadie, pero a la segunda noche, el frío y la inseguridad por miedo a delincuentes, lo llevaron a llamar por teléfono a un amigo y a contarle parte del problema. Fue después de esa segunda noche que yo me enteré que desde hacía meses las discusiones y las peleas con su madre no cesaban, y lo que más le dolía era no saber cómo terminar con esa situación que lo estaba destruyendo. Amaba a su madre, no quería verla sufrir ni tampoco él deseaba sufrir, pero no veía una solución inmediata al problema que estaba viviendo.
¿Has vivido alguna vez una situación tan angustiante? ¿Has sentido tu pecho oprimido por la amargura de un problema sin solución? ¿Has tenido que separarte de tu familia contra tu voluntad?
David, el antiguo rey de Israel, vivió una situación parecida a la de Francisco. Mucho antes de ser rey, siendo muy joven, demostró su valor y entrega al Dios de Israel. El éxito que le diera la victoria sobre Goliat ocasionó la envidia y la posterior persecución por parte del rey Saúl, y el joven pastor se vio obligado a abandonar su familia para escaparse al desierto. ¿Qué había hecho de malo ese joven pastor de ovejas? Absolutamente nada, pero el odio de Saúl parecía no tener límites y como su vida corría peligro, su mejor opción fue separarse de su tierra y los suyos.
No fue fácil para David dejar a sus padres y a sus siete hermanos para salvar su vida. En algunas noches frías y desoladas la angustia se apoderaba de su corazón y en ese momento se acordaba del Dios que adoraban en su familia. Con dolor, muchas veces elevó una plegaria pidiendo protección y alivio, y el Señor lo escuchó.
Años más tarde, hacia el final de su vida, David continuaba recordando y alabando al mismo Dios, y fue a través de un himno que registró cómo Jehová lo había "librado de mano de todos sus enemigos, y de la mano de Saúl" (2 Sam. 22:1).
La convivencia familiar en algunos casos no es fácil, pero cada uno de los problemas que pueden angustiarnos son la oportunidad de Dios para actuar como lo hiciera con David. A lo largo de este día encomiéndale a Dios tu relación con el resto de tu familia y él actuará.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

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