jueves, 5 de mayo de 2011

ÉL OS DIO VIDA

Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados. Efesios 2:1.

Monte Olivo es una pequeña ciudad, en el interior del estado de Carolina del Norte. Una ciudad sin mucho atractivo, simple, llena de sembradíos de frijoles y tabaco. Aquí hay una iglesia hispana, conformada mayormente por guatemaltecos; gente también simple, pero de un corazón del tamaño del mundo. El otro día, almorcé en la casa de uno de ellos, y me contó la historia de su conversión. En aquella época, el ganaba trescientos dólares por semana, y con eso mantenía a la esposa y a los dos pequeños hijos; quiere decir, intentaba mantenerlos porque, además de ser una pequeña cantidad de dinero, lo gastaba todo con los amigos y la bebida.
Un domingo, llegó a casa al anochecer. Había recibido su pago el viernes de tarde, y se había puesto a beber con los amigos hasta el domingo. El lunes de mañana despertó para ir al trabajo: el cuerpo adolorido, el sabor amargo de la derrota en la boca, y la resaca sacudiéndole el alma. Al salir de casa, noto que los hijos y la esposa no tenían que comer. La esposa simplemente lo miraba, y no decía nada; estaba ahí, en un rincón de la sala, como resignada ante esa triste situación. Los niños pequeños, observándolo asustados, como si mirasen a una persona extraña que nada tenía que ver con ellos.
-Pastor -me dijo el muchacho, con los ojos llenos de lágrimas-, no pude resistir más. Sentí como un puñal clavado en mis carnes. ¿Qué estaba haciendo yo con esa mujer y con esos niños? Salí como un loco, corrí por las calles de la ciudad, entre en una iglesia y me entregue a Jesús. Ese día, llegue tarde al trabajo; pero, ese día, mi vida cambió definitivamente. Dios obró un milagro en mi vida.
Almorcé con esa linda familia. ¡Un hogar feliz! Los ojitos de los niños brillaban de emoción, miraban a su padre como si fuese un gran héroe; la esposa también lo miraba con ojos llenos de amor y de admiración. Y yo, a un lado de la mesa, sentía el corazón apretado al ver un milagro más, realizado por Jesús.
Después me fui, andando... pensando en la vida. Alce los ojos al cielo, y me pareció ver el rostro de Jesús preguntándome: "¿Crees que valió la pena haber muerto en la cruz?"
Nada dije. Apenas sonreí, y continúe andando. A lo largo de mi vida, he visto tantos milagros como este. ¿Qué puede hacer el ser humano frente a ese poder? Nada; a no ser someterse y aceptarlo. Por eso, hoy, antes de iniciar tus actividades diarias, recuerda que "él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón

No hay comentarios:

Publicar un comentario