domingo, 24 de julio de 2011

LA ESPERA

Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada. (Lucas 2:36).

Esta poco conocida mujer aparece solo una vez en la historia mesiánica, pero en pocos versículos podemos saber varias cosas sobre ella: era una mujer de edad avanzada, estuvo siete años casada y llevaba ochenta y cuatro años viuda. Lo que más me llama la atención es saber que no se apartaba del templo, donde servía de noche y de día con ayuno y oración, ¡Cuán lejos estamos de parecemos a Ana!
¿Cuál era el mayor anhelo de Ana? Al igual que Simón, esperaba con ansia la venida del Mesías prometido. Sus oraciones y súplicas llegaron al cielo, y se le concedió tomar en sus manos al Dios hecho niño. La Biblia no dice cuántos años llevaba Ana persistiendo con la misma oración, pero sugiere que era una mujer muy devota, fiel y consagrada. Dios honró su vida con el milagro de sostener a Jesús en sus brazos.
¿Cuánto tiempo llevas rogándole a Dios por algo en concreto? ¿Piensas que son demasiados, y que no te escucha o que te está negando lo que pides? Una señora confesó que llevaba cuarenta años orando para que su esposo dejara el vicio del tabaco y se entregara a Jesús. Creo que hay que tener mucha fe para no perder la esperanza en cuarenta años. Otros tuvieron que esperar también largos períodos de tiempo: el pueblo de Israel vagó por el desierto cuarenta años, la viuda de Sarepta esperó tres años por la lluvia, la dicha y la alegría no llegaron a Rut y Noemí hasta después de un tiempo, la mujer que tocó el manto de Jesús gastó todo lo que tenía antes de recibir la sanidad gratuita.
La espera es un método divino para que las bendiciones sean más apreciadas cuando lleguen. Ana esperó, «presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» (Luc. 2: 38, 39). Jesús nos exhorta diciendo: «El que persevere hasta el fin, este será salvo» (Mar. 13: 13). No se trata solo de esperar y confiar; necesitamos estar en el lugar preciso cuando Dios conteste nuestras súplicas.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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