lunes, 4 de julio de 2011

LA VERDADERA SOLUCIÓN

No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo. Isaías 41:10.

José Ignacio era un niño de ocho años de edad cuando lo conocí. Su pelo rubio lacio, sus ojos azules y una mirada cómplice, hacían de este niño un ser realmente especial. Era un año mayor que yo, y en los últimos años de escuela primaria sus padres decidieron mandar a José Ignacio al colegio adventista al que yo asistía. Al viajar juntos cada día hasta el colegio, conocí la triste historia de este amigo. Sus padres biológicos no habían sabido cuidar de él y lo habían sometido a maltratos terribles. Algunas cicatrices en sus manos, rostro y espalda eran la evidencia de la veracidad de sus relatos. La justicia de menores dictaminó que esas personas no estaban capacitadas para educar a un niño, y lo dieron en adopción a los padres que yo conocí. Hasta los 16 años, José Ignacio creció como un niño "normal" en un hogar "normal", pero la muerte de su padre adoptivo produjo una tremenda crisis en su madre adoptiva y en él. A partir de ese momento, abandonó sus estudios y trabajó en diversos empleos para pagar lo que le permitía olvidar su desdicha: las drogas. Se casó a los 18 años, pero a los pocos meses abandonó a su esposa con quien ya tenía un hijo. Se volvió a juntar, se volvió a separar, y así vivió hasta los 26 años, cuando murió víctima de un coctel fatal de drogas.
José Ignacio no tuvo la culpa de nacer en un hogar con padres que lo maltrataron, y tampoco tuvo algo que ver con la muerte de su padre adoptivo. Todo el sufrimiento que vivió en su niñez temprana y adolescencia fueron el resultado de nacer y vivir en un mundo de pecado. Pero hay algo que podemos decir con total seguridad: las drogas no fueron la solución a sus recuerdos dolorosos. De alguna manera, este joven quería sacarse de la mente los sufrimientos vividos, pero las drogas, lejos de contribuir a su felicidad, lo terminaron arruinando.
Quizás a ti también te tocó sufrir en algún momento de tu vida, y quizá también tengas momentos vividos que desearías arrancar de tus recuerdos. Pero más allá de lo que te haya sucedido, la única manera de salir a flote, a pesar de esos reveses, es la mano de Jesús. Así lo prometió en tiempos de Isaías, y también te dice a ti: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo". Solo con Jesús, los tristes recuerdos no afectarán tu presente ni tu futuro. Solo con Jesús es posible vivir sano y ser feliz.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

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