sábado, 21 de enero de 2012

DIOS HA DICHO: «¡NO!»

La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo. Proverbios 10:22

Heredó un reino unido. No tuvo que enfrentar ejércitos enemigos. Era de corazón tierno y compasivo. Y cuando pudo pedir que Dios le diera riqueza, prefino pedir sabiduría. ¿De quién estamos hablando? Por supuesto, de Salomón.
Pocos gobernantes comenzaron su reinado con tantas ventajas. ¡Pocos prometían tanto! Pero entonces Salomón se aventuró en terreno prohibido. Se casó con la hija del faraón de Egipto (ver 1 Rey. 3:1), y las consecuencias no pudieron ser más desastrosas. Claro, sus intenciones eran «buenas». En términos políticos, ese matrimonio fortaleció las relaciones diplomáticas de su reino. Más aún, la muchacha «se convirtió» a la religión hebrea. Hasta «participaba con él en el culto del verdadero Dios» (Profetas y reyes, p. 34).
Es así que, desde el punto de vista humano, la decisión de Salomón parecía incuestionable. Pero no lo era. Había un «problemita»: contrariaba abiertamente un mandato de Dios (ver Éxo. 34:16; Deut. 7:3). Si Dios dice que la luz y las tinieblas no armonizan, ¿puede lograr algún ser humano que armonicen? Es verdad que Salomón era muy sabio, pero ningún ser humano puede ignorar abiertamente una prohibición divina y luego sentarse a esperar la bendición de Dios.
El caso es que esa alianza fue seguida por otra, y otra y otra. Y por otro, y otro y otro matrimonio. Cada alianza le reportaba a Salomón fortaleza política, riqueza y honores, pero también lo alejaba gradualmente de Dios, hasta que finalmente perdió de vista la fuente de su sabiduría y de su gloria.
¿A cuántas de sus setecientas esposas y de sus trescientas concubinas logró Salomón convertir a su religión? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que "sus mujeres hicieron que su corazón se desviara hacia otros dioses» (1 Rey. 11: 4). El que había sido «el gobernante más sabio y más misericordioso, degeneró en un tirano» (Ibíd., p. 36), cuya mayor preocupación parecía ser agradar a sus mujeres más que a Dios.
¿Y cuál es «el fin del discurso»? No tratar de ser más sabios que Dios. Al escoger a tu futuro cónyuge, no intentes unir la luz con las tinieblas. Dios ha dicho que no pueden tener comunión.
Ayúdame, Señor, para no unir lo que tú has separado; después de casarme, para no separar lo que tú has unido.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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