jueves, 2 de febrero de 2012

EL LLAMADO DIVINO

Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he saltado con mi Padre en su trono, (Apocalipsis 3:20-21).

Nací en un hogar católico y desde joven promovía la catequesis en mi comunidad Un domingo, mientras regresaba de misa, pasé frente a la casa de nuestros nuevos vecinos. Tras saludarme, me invitaron amablemente a entrar y me preguntaron si me gustaría estudiar la Biblia con ellos. Rechacé aquella invitación argumentando que era un miembro fiel de mi iglesia. Sin embargo, me contestaron que había algunas cosas en la Biblia que probablemente yo desconocía y que me convenía saber. Un tanto nerviosa acepté acudir a su hogar una vez por semana, con la condición de que nadie llegara a saberlo.
A la tercera semana de haber comenzado los estudios me invitaron a visitar su iglesia. Ahora tenía un problema: ¿Cómo pedirles permiso a mis padres para ir a una iglesia protestante? Se me ocurrió decirles que me dejaran ir de «pasadía» con los vecinos. Claro está, dicha pasadía sería en la Iglesia Adventista de Central Romana, ubicada en la región oriental de la República Dominicana. Ese mismo día, al ponerme de pie en el momento de la bienvenida, le entregué mi vida al Señor. Entre sonrisas y lágrimas pedí a los hermanos que oraran mucho por mí, pues me esperaba una dura batalla.
El sacerdote de nuestra parroquia se enteró de mi decisión, por lo que fue a visitarme. Me dijo que abandonar la Iglesia Católica era una gran herejía y que la Iglesia Adventista no era más que una secta judaizante. Además, que el sábado estaba abolido porque formaba parte de la ley de Moisés, y que el domingo era el verdadero día de reposo. Concluyó afirmando que «fuera de la Iglesia Católica no hay ninguna posibilidad de salvación».
Me quedé triste y confundida. Esa noche clamé a Dios para que me hablara y le pedí que, si estaba equivocada, me lo hiciera saber. Tras orar oí una voz dulce y suave que me dijo: «Lee Éxodo 20:8». Al leer aquel texto revivió en mí la esperanza y sentí la paz y la seguridad que únicamente nos da el Señor.
Mi querida amiga, han pasado treinta y ocho años desde aquel incidente y sigo creyendo que «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Sal. 46:1). ¡Confiemos en sus promesas!

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Jacoba Payan, Dominicana

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