domingo, 11 de marzo de 2012

¿NO PECARON LOS DOS?

Por tu amor oh Dios, ten compasión de mí; por tu gran ternura, borra mis culpas. Salmo 51:1.

Saúl y David: ambos fueron reyes de Israel. Dios los amó y los exaltó. Pero al final, aceptó a uno y rechazó al otro. ¿Por qué? ¿Acaso no pecaron los dos?
Sí, pecaron los dos. Pero uno tenía el corazón íntegro; el otro, dividido. El corazón de David pertenecía a Dios. Por eso siempre procuró hacer lo recto. Y cuando cometió un grave pecado con Betsabé, su arrepentimiento fue sincero y profundo. Escuchemos su oración después de pecar: «Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí [...]. ¡Lávame de mi maldad! ¡Límpiame de mi pecado!» (Sal. 51:1-2).
Saúl, en cambio, por momentos parecía querer agradar a Dios, pero terminaba agradando a la gente. Decía una cosa, pero luego hacía otra. Y cuando pecó al ofrecer sacrificios sin autorización de Dios (ver 1 Sam. 13), no dio ninguna muestra de arrepentimiento, sino que se limitó a ofrecer excusas. Cuando Samuel le notifico que por haber desobedecido a Dios se le quitaría el reino, ¿qué hizo Saúl? Escuchemos su pedido a Samuel: «Te ruego que ante los ancianos de Israel y ante todo el pueblo me sigas respetando como rey» (1 Sam. 15: 30). O sea, se preocupó por cuidar su reputación.
¿Cuál es la lección? Una muy importante: la razón por la que mucha gente se perderá eternamente no será porque pecaron, sino porque no quisieron arrepentirse.
¿Sientes que hay algo que tienes que decirle a Dios? ¿Has hecho algo malo en estos últimos días o hace ya mucho tiempo, sin pedir a Dios que te perdone? ¿Has herido algún corazón? ¿Has permitido que entren a tu mente imágenes obscenas? Cualquiera sea el caso, las siguientes palabras te pueden ayudar: «Quien quiera que bajo la reprensión de Dios humille su alma con la confesión y el arrepentimiento, tal como lo hizo David, puede estar seguro de que hay esperanza para él [...]. Jamás rechazará el Señor a un alma verdaderamente arrepentida» (Patriarcas y profetas, p. 717).
Si lo deseas, ahora mismo puedes cerrar los ojos y pedir a Dios que te perdone. Su promesa es que la sangre de Cristo te limpiará de todo pecado (ver Juan 1: 7).

Padre celestial, te pido de todo corazón que la sangre precios de tu hijo me limpie de todo pecado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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