domingo, 13 de mayo de 2012

LA IGLESIA ES EL CAMPO


«No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mateo 7:1).

Jesús relato una parábola que hablaba de un sembrador que sembraba cizaña a media noche. Tiene todo el aspecto de ser una historia apasionante y, de hecho, no decepciona. Un hombre sembró trigo en su campo, pero, durante la noche, un enemigo vino y también sembró cizaña. Al cabo de unas semanas, cuando se descubrió la treta, los siervos del hombre se ofrecieron para ir y arrancar la cizaña. Pero el hombre dijo que la dejaran porque, si la arrancaban, corrían el riesgo de arrancar el trigo con ella. Un relato corto, pero una lección importante.
El campo representa el mundo —o, en sentido más estricto, la iglesia—. En ella crecen y maduran las buenas semillas. Cristo es el sembrador de la buena semilla, los hijos de su reino. No cuesta adivinar quién es el enemigo que sembró la cizaña.  Además de ser inútil, la cizaña es dañina para las buenas semillas. Comparte la lluvia y el buen suelo con el trigo, pero no es buena para nada. Satanás, el enemigo de Dios y de los hombres, siempre siembra cizaña.
Quizá algunas iglesias de nuestro tiempo respondan a esta imagen. Suspiramos y lloramos porque deseamos que en la iglesia solo crezcan buenas plantas. Incluso podríamos llegar a desear la separación de aquellos que consideramos que son miembros inútiles y sin valor. Pero Jesús dice: «No, dejen que crezcan hasta el tiempo de la siega». Su amor y su compasión todavía trabajan para atraerlos a él. Si los arrancamos, no podrán crecer y madurar.
En cierta ocasión, un hombre se dirigía a Europa a bordo de un transatlántico. Cuando subió a bordo, descubrió que compartiría cabina con otro pasajero. Después de instalarse en el camarote, se acercó a la oficina del sobrecargo y preguntó si podía depositar su reloj de oro y otros objetos de valor en la caja fuerte del barco. Explicó que no tenía costumbre de hacerlo, pero que acababa de conocer al hombre con el que compartía cabina y, a juzgar por su apariencia, no le parecía muy de fiar. El sobrecargo aceptó la responsabilidad de guardar los objetos de valor y dijo: «De acuerdo, señor; estaré encantado de custodiarlos. El otro pasajero vino antes y me confió sus objetos de valor por la misma razón». Basado en Mateo 13:24-30.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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