jueves, 26 de julio de 2012

ARRAIGADAS EN SU FORTALEZA


Hermanos míos, gozaos profundamente cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna (Santiago 1:2-4).

Hace aproximadamente dos años tuve una experiencia muy especial. Aprendí mediante esta experiencia que para Dios no hay nada imposible. En aquel tiempo todo era sombrío y sin esperanza para mí. En el momento más angustioso, y cuando mi fe se encontraba más débil, pude ver la mano de Dios dirigiéndolo todo de una forma milagrosa. Aquella prueba me ayudó a conocerme y a evaluarme mejor. Pensé que si en el futuro me tocaba pasar por una prueba similar, no tendría mayores problemas con mi fe. ¡Cuán equivocada estaba, ya que me sucedió lo mismo que al pueblo de Israel! Más adelante, el Señor me hizo atravesar de nuevo por circunstancias parecidas, poniendo a prueba una vez más, mi confianza y fe en él.
Desearía poder decir que pasé la prueba, y que mis raíces estuvieron entrelazadas profundamente con las de Jesús, como las raíces de las secuoyas mencionadas en el día de ayer; pero no fue así. No obstante, aunque mi fe flaqueó, el Señor obró de nuevo de una forma milagrosa y perfecta en mi vida, y en su paciencia inagotable abrió las aguas del Mar Rojo cuando menos lo esperaba.
Amiga, cuan frágiles somos los seres humanos y con qué facilidad caemos si no estamos aferrados a Cristo. Le conozco que en el futuro podría ser probada de manera similar. Necesitamos mantenernos en guardia pensando en la experiencia del pueblo de Israel, y en la necesidad de que nuestras raíces espirituales se entrelacen con las de Jesús.
En una ocasión Jesús le dijo a una mujer pecadora «¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ni yo te condeno, vete y no peques más» (Juan 8:11).  El Señor nos dice lo mismo hoy. ¡Esto es maravilloso! No conozco a nadie que ofrezca ese tipo de perdón; la oportunidad de comenzar de nuevo. Consideremos nuestras caídas como lecciones que fortalecen y perfeccionan el carácter y estemos dispuestas a aprender de ellas.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Alma Arana

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