miércoles, 8 de agosto de 2012

DAR TESTIMONIO


«Os digo que todo aquel que me confiese delante de los hombres, también el Hijo del hombre lo confesará delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios» (Lucas 12:8,9).

A algunos, la petición de dar testimonio los incomoda. Piensan que para dar testimonio tendrán que dirigir estudios bíblicos, repartir volantes u organizar un seminario sobre Apocalipsis. Son cosas de cierta trascendencia y no todo el mundo se siente capacitado para llevarlas a cabo. Sin embargo, el texto para memorizar de hoy nos recuerda que tenemos la responsabilidad de hablar de nuestra fe.
Permita que le sugiera que, antes de «arrojar la toalla», considere el hecho de que el programa testimonial empieza con el hecho de reconocer a Cristo como Señor de nuestra vida. No es preciso que nos pongamos una pegatina en la frente ni que lo gritemos en las esquinas. Basta con que lo vivamos. Los demás notarán cuándo las elecciones y las decisiones que tomamos en la vida se ajustan a su voluntad. No tendremos que decir nada. Eso se llama «dejar brillar la luz».
En cierta ocasión, en un crucero, un hombre acabó completamente mareado. Si alguna ocasión hay en que alguien se siente incapaz de trabajar por el Señor, es esa. Mientras ese hombre estaba postrado se enteró de que alguien había caído por la borda. Se preguntaba si podía hacer algo para ayudar a salvarlo. Tomó una lámpara de sobremesa y la acercó al ojo de buey de su camarote. El accidentado se salvó. Unos días después, cuando se hubo recuperado del mareo, el hombre estaba en cubierta, hablando con el rescatado, el cual dio su testimonio.  Dijo que, tras haberse hundido por segunda vez, cuando ya estaba a punto de volver a hundirse por última vez, levantó la mano. Justo en ese instante, alguien sostuvo una luz delante de un ojo de buey y un rayo de luz iluminó la mano en alto. Entonces un hombre lo agarró y tiró de él, poniéndolo a salvo en el bote salvavidas.
Aquí había dos testigos. Uno le decía al otro cómo había sido salvado y el otro le contaba cómo había levantado la luz. Usted y yo tenemos una historia que contar.  En primer lugar, podemos vivir una vida que muestre que Jesús es nuestro Señor.  Luegó, cuando se presente la oportunidad, podemos contar la historia. Basado en Lucas 12:8,9.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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