lunes, 10 de septiembre de 2012

SI LE DAS UN DEDO…


Oren, para que no caigan en tentación. Lucas 22:40

Cuenta un viejo relato que un hombre necesitaba vender su casa. Pedía por ella la suma de diez mil dólares. Cierto día se acercó una persona que se mostró muy interesada en la propiedad, aunque no tenía todo ese dinero.
—Si me la da por la mitad de ese precio —dijo el comprador—, haremos el negocio.
—Tiene que mejorar su oferta —respondió el vendedor—, porque está muy baja.
—¿Tiene usted una oferta mejor que la mía?
No la tenía. Y necesitaba el dinero. Pero sabía que la casa valía mucho más. Entonces ideó un plan.
—Muy bien, se la venderé a ese precio solo con una condición. Usted será dueño de toda la casa, excepto de esta porción —y señaló con el dedo un espacio en la pared donde estaba un clavo—. Yo mantendré la propiedad de este clavo.
Al comprador le pareció bueno el acuerdo y compró la casa. Después de todo, había logrado adquirirla por la mitad de su valor. Años más tarde el hombre que vendió la propiedad regresó y le pidió al nuevo dueño que se la vendiera, pero éste se negó. Entonces el hombre se fue, pero al poco rato regresó con el cadáver de un perro y lo colgó del clavo que le pertenecía. En poco tiempo el olor nauseabundo del perro muerto impregnó toda la casa y la familia se vio forzada a venderla al antiguo dueño.
¿La moraleja? Si le permites al diablo que posea un rincón de tu vida, por pequeño que sea, colgará allí su inmundicia y en menos tiempo del que imaginas establecerá en ella su morada. A menos que le impidas totalmente la entrada, contaminará tu vida de tal manera que ya no podrá ser templo del Espíritu Santo.
La clave para que esto no te suceda se encuentra en las Escrituras, pues en ellas se te promete que si te colocas en las manos de Dios y resistes, el diablo huirá de ti (Sant. 4:7). Pero todo comienza al no darle ninguna oportunidad al enemigo (ver Efe. 4:27). Como bien lo dijo el escritor Matthew Henry: «No te acerques al árbol prohibido, a menos que quieras comer del fruto prohibido!». ¿Pero quién quiere comer de un fruto envenenado que causa la muerte eterna?
Padre celestial, ayúdame a mantenerme lejos del «fruto prohibido» del pecado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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