lunes, 8 de octubre de 2012

ANDAD EN EL ESPÍRITU


Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo. (Gálatas 5:16).

De la misma manera que se nos ordena ser «llenos del Espíritu», así también se nos instruye a «andar en el Espíritu». Puesto que se trata de un mandamiento de Dios, no necesitamos encontrar un procedimiento difícil y complejo, ya que el Señor lo que persigue es enderezar nuestras vidas, no enredarlas.
Cuidémonos del pecado, porque actúa como un cortocircuito para anular el poder del Espíritu Santo. Estudiemos la Palabra de Dios. Es imposible que un cristiano «ande en el Espíritu» a menos que practique el hábito de alimentar diariamente su mente y su corazón con la Palabra de Dios. «Y no entristezcáis al Espíritu de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia. Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (Efe. 4:30-32).
Evitemos que el temor y la preocupación apaguen la llama del Espíritu. Según 1 Tesalonicenses 5:16-19, la misma se puede apagar si dudamos de su eficacia y le negamos el derecho a intervenir en nuestras vidas.
A Dios poco le interesa cambiar las circunstancias de la sociedad; más bien desea cambiar a las personas. Al aceptar que Dios dirija nuestras vidas, podríamos creer que las cosas nos han de salir bien; sin embargo, debemos evitar la duda, ya que apaga al Espíritu y obstaculiza nuestro progreso espiritual.
Hermana, «caminar» en el Espíritu implica tener una relación personal con Dios. Si somos capaces de «andar en el Espíritu» en el ámbito espiritual, podremos llegar a «andar en el Espíritu» en el resto de nuestros actos. Aprender a andar en el Espíritu es desarrollar una actitud mental de oración. Mediante la oración regular, diaria y continua, podremos cumplir verdaderamente la amonestación del Señor de reconocerlo «en todos nuestros caminos»; es decir, considerarlo lo más importante de todo lo que hacemos.
El Espíritu vino también como el Consolador prometido por Jesús: «Y yo rogaré al Padre, y él os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre» (Juan 14:16). El Espíritu vive en el interior de cada cristiano, aportando la paz de Cristo, así como el aliento y el alivio en la aflicción.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Janet Ribera de Diestre

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