miércoles, 17 de octubre de 2012

¿QUÉ PUEDO HACER PARA AYUDAR?


«Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mateo 9:38).

¿Cree usted que si hoy dejara de orar eso afectaría a su vida? ¿Qué importancia tiene la oración en su existencia cotidiana? Quizá me responda que se trata de preguntas ridículas porque no podría vivir sin orar. Permítame otra pregunta: ¿Cuál es el motivo de sus oraciones?
La razón de mis preguntas es que la oración puede convertirse fácilmente en una rutina a la que se le presta escasa o nula atención, casi como la respuesta a una tarjeta postal que nos promete algún premio. Si tenemos suerte, cosa que sabemos que no sucederá, ganaremos; si no, no sucederá nada y seguiremos tal como estábamos.
Esto nos lleva a otra pregunta: ¿Es posible orar sin involucrarse personalmente en colaborar para que Dios responda a nuestras oraciones? ¿Es la oración un proceso en el que nos limitamos a enviar nuestras peticiones al cielo para luego dedicarnos a nuestros asuntos? ¿Acaso esperamos que Dios responda a nuestras oraciones usando una varita mágica mientras nosotros nos quedamos de brazos cruzados?
La vida es algo real; por lo tanto, nuestras oraciones tienen que ser también reales. En la vida real hacemos planes y luego los llevamos a cabo. De la misma manera, cuando le pedimos a Dios que haga algo, es razonable que, por nuestra parte, hagamos planes para participar en su respuesta a nuestras peticiones.
En una ocasión Jesús planteó a sus oyentes una pregunta sobre la construcción. «¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?» (Luc. 14:28). El Señor era un artesano carpintero. Si un cliente le pedía que construyese algo, Jesús sabía qué material, qué herramientas y qué diseño se necesitaban para cumplir sus expectativas.
Nosotros, al orar, también deberíamos calcular los costos. Tendríamos que pensar en qué es necesario de nuestra parte para que el Señor responda a nuestras peticiones. A veces nuestras oraciones son vagas y carecen de sentido. Tendemos a orar hablando en términos generales y, con frecuencia, sin reflexionar sobre aquellas pequeñas cosas a las que Dios recurre para hacer su voluntad.
Me gusta el refrán que dice que fe es la oración arremangada. Si le pedimos a Dios que haga algo por nosotros, será bueno que estemos preparados para colaborar.   Basado en Lucas 18:1-8

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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