miércoles, 31 de octubre de 2012

VEN CONMIGO A CASA, JESÚS


«Ojalá siempre tuvieran tal corazón, que me temieran y guardaran todos los días todos  mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuera bien para siempre!» (Deuteronomio 5: 29).

Zaqueo era un judío que recaudaba impuestos para el gobierno romano. Sus propios paisanos lo odiaban porque se había enriquecido con los impuestos que les cobraba de manera fraudulenta.
Cierto día, Zaqueo, sabiendo que Jesús pasaría por Jericó, su ciudad, quiso ver qué aspecto tenía. Su corta estatura no le permitía ver por encima de las cabezas de los que lo rodeaban. Aunque debió sentir vergüenza, trepó a un árbol para poder tener buena visión de lo que sucedía. Con todo, imagine cómo debió sentirse cuando Jesús, deteniéndose debajo del árbol, dijo: «Zaqueo, baja que quiero ir a tu casa». En aquel mismo lugar y preciso instante el odiado publicano le entregó su corazón.
Inmediatamente, Zaqueo anunció que repararía el daño que había causado a quienes había ofendido.  Entonces nadie podría decir: «Aunque ese individuo parezca una buena persona jamás olvidaré el día en que me estafó». Jesús dijo que, aquel mismo día, la salvación había entrado en casa de Zaqueo.
La salvación es inmediata. Por las palabras de Jesús sabemos que basta un instante para que la salvación entre en el corazón de una persona. Por más que la santificación sea obra de toda una vida, la salvación se declara en un instante. En un instante el alma puede pasar de la más absoluta oscuridad a la luz. Al principio, la luz no es tan intensa como al mediodía. ¿Quién de nosotros puede decir que hemos llegado a ese punto? Sin embargo, en el momento en que nos alejamos del pecado y miramos a Jesús, la luz empieza a alcanzar todos los rincones.
La salvación es visible. Jesús la vio en Zaqueo y este la vio en sí mismo. Aquel día, todos los que estaban alrededor del árbol vieron el cambio que se había operado en él. Nadie puede ser salvo sin que todo el mundo vea el cambio que se produce en su interior.
Usted y yo no tenemos que subir a un árbol para ver a Jesús. Podemos verlo cada día en su Palabra.
Jesús, gracias por aceptar vivir en mi corazón. No quiero solamente que te quedes en mi corazón, sino que vivas en casa, conmigo. Quiero que la salvación venga a mi casa y a mi familia.  Basado en Lucas 19:1-10.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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