domingo, 4 de noviembre de 2012

LO QUE PIENSAS, ESO ERES.


Tal como piensa en su corazón, así es él. Proverbios 23:7, NRV 2000.

«No eres lo que piensas ser —escribió Norval Pease— sino lo que piensas, eso eres» (En esto pensad, p. 181).
En otras palabras, tus acciones no necesariamente reflejan lo que eres. Tampoco tus palabras. Ni tu reputación. Eres, en última instancia, el producto de tus pensamientos. Dicho de otra manera, nunca te elevarás por encima de tus conceptos de lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto. Lo que hay en tu corazón (tu mente), eso eres.
Ahora bien, si somos lo que pensamos, la conclusión obvia es que necesitamos cuidar celosamente la calidad del material que entra a nuestra mente. ¿Cómo lograr este control? Las siguientes cuatro leyes nos ayudarán:
  1. Ley de la contemplación. Esta ley enseña que terminamos pareciéndonos a las personas o cosas en las que concentramos nuestra atención. Conviene, pues, que nos preguntemos: ¿Qué tipo de programas de TV vemos? ¿Qué clase de música escuchamos? ¿Qué libros o revistas leemos? ¿Qué artistas o estrellas del deporte admiramos? Al final nos pareceremos a lo que más amamos.
  2. Ley de la adaptación. Esta ley afirma que nuestra mente «crecerá» o se «empequeñecerá» de acuerdo al tipo de material que le llegue a través de nuestros sentidos. ¿Qué clase de alimento le estamos dando? ¿Chatarra (por ejemplo, las telenovelas)? ¿O alimento sólido (por ejemplo, la buena lectura)?
  3. Ley del deseo sustituido. Esta ley destaca la propiedad que tiene la mente de desistir de un deseo que se le niegue firmemente y acostumbrarse a otro que se use como sustituto. Por ejemplo, si deseamos eliminar un mal hábito, la mejor manera de lograrlo es cultivando un buen hábito. Algo así como «un clavo saca otro clavo».
  4. Ley de la expresión. Esta ley consiste en que nuestras palabras, al igual que un bumerán, tienen el poder de volver a nosotros y fortalecer los sentimientos y pensamientos que las originaron. En otras palabras, si llenamos nuestra mente de basura, muy probablemente hablaremos basura, lo cual nos hará también pensar en basura.

¿Conclusión? Reforcemos el control de calidad en nuestra mente de manera que pensemos solo en lo que es bueno y merece alabanza (ver. Fil. 4:8). A fin de cuentas, no somos  lo que pensamos ser. Más bien, somos lo que pensamos.

Padre celestial, ayúdame a tener una mente como la de Jesucristo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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