miércoles, 30 de enero de 2013

EL DADOR ALEGRE

Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. 2 Corintios 9:7.

Debemos presentar con gozo todas nuestras ofrendas, porque proceden de los fondos que el Señor ha considerado conveniente colocar en nuestras manos con el propósito de llevar adelante su obra en el mundo, a fin de que el estandarte de la verdad pueda ser desplegado en las zonas rurales y urbanas del mundo. Si todos los que profesan la verdad quisieran dar al Señor lo que le pertenece en términos de diezmos, donativos y ofrendas, habría alimento en la casa del Señor. La causa de la liberalidad no dependería más de los donativos inciertos hechos por impulso y que varían de acuerdo con los sentimientos de los hombres. Los derechos de Dios serían aceptados de buena gana y se consideraría que su causa tiene derecho legítimo a una parte de los fondos confiados a nuestras manos. El Señor es nuestro divino Garante, y él nos ha hecho promesas por medio del profeta Malaquías que son muy sencillas, positivas e importantes. Significa mucho para nosotros si le estamos dando a Dios lo suyo o no. Él les permite a los mayordomos cierta porción para su propio uso, y si capitalizan lo que él les reclama, Dios bendecirá divinamente los medios en sus manos...
El único plan que el evangelio ha establecido para sostener la obra de Dios es el que deja el sostén de su causa librado al honor de los hombres...
Los que reciben su gracia, los que contemplan la cruz del Calvario, no tendrán duda acerca de la proporción que deben dar, sino que comprenderán que la ofrenda más cuantiosa carece de valor y no puede compararse con el gran don del Hijo unigénito del Dios infinito... Por medio de la abnegación hasta el más pobre encontrará la manera de conseguir algo para devolverlo a Dios...
Los ricos no deben pensar que pueden conformarse únicamente con dar su dinero... Los padres y los hijos no deben considerarse dueños de sí mismos y pensar que pueden disponer de su tiempo y propiedades en la forma como les plazca. Son la posesión adquirida por Dios, y el Señor pide los intereses de sus habilidades físicas, que deben ser utilizadas para llevar un aporte a la tesorería del Señor...
¿Quiere cada alma considerar el hecho de que el discipulado cristiano incluye la abnegación, el sacrificio de sí mismo, hasta el punto de entregar la propia vida, si esto fuera necesario, por amor al que dio su vida por la vida del mundo?.— Review and Herald, 14 de julio de 1896; parcialmente en Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 210, 211, 301-303.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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