sábado, 30 de marzo de 2013

¿AÚN ANHELAS IR A TU HOGAR?


Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Filipenses 3:20.

Uno de los recuerdos más hermosos que tengo es el de mi padre y uno de sus amigos interpretando hermosos himnos. Mi padre tocaba la trompeta y su amigo el trombón. Lo más emocionante para mí era oírlos interpretar el himno «Aunque en esta vida». Las notas se metían por mis oídos, se desplazaban a mi cerebro y llegaban a mi corazón; un enorme gozo me embargaba, y anhelaba con mi fe de niña que pronto llegara el momento de ir al cielo. Cuando somos niños, sentimos a flor de piel el amor a Dios y recibimos con gozo y sin prejuicios su Espíritu Santo.
Ese himno era para mí todo el evangelio. La más hermosa y extraordinaria promesa de Dios, la revelación de mi destino final, lo que me llenaba de una emoción indescriptible. Podía imaginarme traspasando las nubes hasta llegar al hogar eterno. Sin embargo, ¿qué ha sucedido con ese anhelo con el paso de los años? ¿Aún vibra mi corazón de gozo al cantar: «Más allá del sol, yo tengo un hogar, hogar, bello hogar, más allá del sol»? Me temo que la vida ha arrebatado parte de mi devoción, y mi anhelo se ha ido cubriendo de afanes terrenales; me he llenado de prejuicios inservibles que no me permiten ser sensible al toque del Señor Celestial. Tanto, que a veces me olvido de que estoy hecha para lo eterno, lo santo y lo sublime que proviene de Dios.
Amiga, ¿cuándo fue la última vez que anhelaste ir al hogar que está más allá del sol? Dondequiera que te encuentres en este momento, recuerda que tu ciudadanía está en el cielo. Prepárate y prepara a tu familia para ese momento. No permitas que los trajines, los prejuicios y las preocupaciones, te quiten el deseo de tomar posesión de tu herencia celestial. Recuerda los sentimientos más sublimes que hayas vivido en alguna etapa de tu vida; ¿acaso no te gustaría despertarlos? Posiblemente los viviste en la niñez, y si tienes la capacidad de sensibilizarte lo suficiente como para percibir el tacto divino del Señor, o recuerdas aquellas notas musicales que pueden entrar por los oídos y luego llegar hasta tu corazón, entonces eres bendecida.
Agudicemos nuestros oídos y escuchemos por sobre las preocupaciones terrenales la voz de Dios, que nos dice: «¡Miren que vengo pronto! Traigo conmigo mi recompensa, y le pagaré a cada uno según lo que haya hecho» (Apoc. 22:12).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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