martes, 2 de abril de 2013

¿GANARSE NUESTRO AMOR?


Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5: 7-8.


Me agrada muchísimo pensar en el amor que Dios siente por mí, pues no tiene barrerás ni límites. Lo recibo solamente por causa de su infinita gracia, sin dar nada a cambio, gratuitamente, sin esfuerzos ni méritos. Su amor es tan superior al tipo de amor que manifestamos los seres humanos, que está por encima de mis errores; es tan profundo que me alcanza en la oscuridad de mis complejos; y tan ancho que me abarca aún en mi gran soberbia.

El amor de Dios no es algo que podamos obtener por medio de nuestras obras de bien, ni tampoco se nos otorga por nuestras características físicas o intelectuales; es simplemente un principio que emana del corazón de quien nos ha creado. Dios te ama simple y sencillamente porque eres su hija... ¡eso es todo!
Sin embargo, el amor que nosotras brindamos a veces a nuestros hijos está condicionado por un «pero». Con cuánta facilidad muchas madres en ocasiones retiramos las muestras de amor a nuestros vástagos sencillamente porque no han estado a la altura de nuestras expectativas o no han obedecido nuestros caprichos. No tomamos en cuenta que son seres que necesitan de nuestro amor, apoyo, ternura y comprensión, como una semilla necesita de la lluvia y del sol para germinar y llegar a ser una planta perfecta. Por lo demás, son personas libres, independientes, que rinden cuentas a Dios por sus propias decisiones.
En muchas ocasiones nuestro desamor se fundamenta en cuestiones no resueltas en nuestra mente: Conocí a una madre que discriminaba a una de sus hijas por el simple hecho de que tenía un enorme parecido físico con su suegra, con la que ella no simpatizaba. Hermana, así como tú nada tienes que hacer para ganarte el amor de tu Padre celestial, tampoco tus hijos deberían tener que hacer nada para ganarse el tuyo. Debes amarlos simplemente porque son tuyos, porque son tu hechura, fruto de tu decisión de engendrarlos y tenerlos, el resultado de tu amor.
Si descubres hoy que tienes dificultades para amar incondicionalmente a alguno de tus hijos, recuerda que Dios, por el gran amor que siente por ti, estuvo dispuesto a ir a la cruz, aunque no lo merecías.


Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer

Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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