domingo, 9 de junio de 2013

ANUNCIANDO EL EVANGELIO

Que te alaben, Señor, todas tus obras; que te bendigan tus fieles. Que hablen de la gloria de tu reino, que proclamen tus proezas, para que el mundo conozca tus proezas y la gloria y esplendor de tu reino. Salmo 145:10-12.

Los rumores se esparcen como regueros de pólvora y, exagerando un poco, me atrevo a decir que viajan a la velocidad de la luz. Los entendidos en chismografía aseguran que son siempre las noticias negativas acerca de alguien, o de algo, las que viajan con mayor rapidez. También se podría decir que los rumores son como una bola de nieve que se desprende de lo alto de una montaña; ¡van creciendo! ¡y creciendo! Crecen a medida que pasan de boca en boca y de oído en oído. Probablemente eso se debe a que quienes los trasmiten incorporan detalles que han forjado en su mente. ¡El rumor es un recurso informativo poderoso!
Ahora, imaginemos por un momento qué sucedería si utilizáramos esa misma técnica para esparcir el evangelio; aunque con la gran diferencia de que el evangelio es una verdad extraordinaria. De la misma depende nuestra salvación. Esa fue precisamente la estrategia que emplearon los apóstoles. En la Biblia leemos: «Los que se habían dispersado predicaban la palabra por dondequiera que iban» (Hech. 8:4).
Hoy es un buen día para que digamos, comentemos y contemos las buenas nuevas del evangelio a todos los que se crucen en nuestro camino, en cualquier lugar y circunstancia. El evangelio provee esperanzas a los desesperanzados, sana heridas, proporciona fe y confianza; y además nos promete salvación y vida eterna.
Para millones de seres humanos el evangelio es únicamente un buen rumor, aunque para ti y para mí sea una verdad que necesita ser proclamada con urgencia, «El que hable, hágalo como quien expresa las palabras mismas de Dios» (1 Ped. 4:11).
Seguramente hoy tendrás muchas oportunidades para hablar del evangelio... ¡aprovéchalas! Podrás hacerlo en el mercado, en el autobús, en la escuela, en el trabajo, en el vecindario y en cualquier lugar donde te toque acudir hoy. Acércate, en el nombre de Dios, al corazón de una persona y tan solo dile: «Dios te ama y viene pronto». Permite que en tu corazón arda el mismo fuego que movió a los apóstoles al exclamar: «Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hech. 4:20).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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