lunes, 10 de junio de 2013

LUX LUCET IN TENEBRIS - 2

Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo, para que diera testimonio de la luz y para que todos creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino uno enviado a dar testimonio de la luz (Juan 1: 6-8).

Ayer te conté que tuve la oportunidad de visitar los valles valdenses en el norte de Italia. Después de visitar las enormes iglesias de San Pedro en Roma y la Basílica de Santa María de las Flores en Florencia, imponentes y abrumadoras con sus esculturas y lujos, y plantadas en el centro de la ciudad, fue refrescante ver las majestuosas montañas del Piamonte con sus fastuosos valles adornados con flores y árboles frutales. El templo valdense era bastante rústico, pero grande en su pureza. Sin imágenes ni otros adornos que distrajeran al adorador, la Biblia abierta reinaba en el silencio invitando a la meditación. Y es que la verdad no necesita que se le añadan adornos para ser atractiva. La verdad es atrayente en sí misma y su belleza reside tanto en su sencillez como en su pureza.
Después fuimos a una cueva donde los valdenses se refugiaban para adorar en momentos de persecución. Cuenta la historia que en esa cueva fueron descubiertos por traición y, después de tapar la salida, los soldados los asfixiaron con humo. Después de cruzar un estrecho pasaje, se entra a un salón espacioso al que se opone una pared de roca lisa, plana y alta. En la parte superior hay una hendidura por la que entra la luz del sol. Llegamos poco después del mediodía. La luz del sol caía sobre un tronco apoyado en una de las paredes. Decidí ir a explorar el lugar y me paré sobre el tronco para obtener una mejor vista del sitio, cuando mis compañeros me gritaron que no me moviera pero que me diera la vuelta. Al hacerlo, me di cuenta de que la luz iluminaba la cueva que antes había estado oscura. Debido al ángulo en que la luz del sol caía por la hendidura, esta se reflejaba poderosamente sobre mi ropa e iluminaba la cueva. En las fotografías aparezco como si estuviera bañado en luz o abrazado por el fuego. Mi camisa no era blanca sino de color castaño. Si hubiera sido blanca, habría brillado todavía más.
No somos la luz, pero cuando nos colocamos donde la luz brilla, aunque no seamos perfectos, la luz bañará nuestro ser e iluminará nuestro alrededor. Te invito a caminar en el sendero de la luz durante el día de hoy.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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