miércoles, 5 de junio de 2013

PENSAMIENTOS DULCES

A Jehová cantaré en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva. Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová. Salmo 104:33, 34.

Si la mente es moldeada por los objetos con los cuales más se relaciona, entonces pensar en Jesús, hablar de él, lo capacitará para ser como él en espíritu y carácter. Reflejará su imagen en lo que es grande y puro y espiritual. Tendrá la mente de Cristo y él lo enviará al mundo como su representante espiritual...
El sol que brilla en el cielo envía sus brillantes rayos a todos los caminos y senderos de la vida. Tiene suficiente luz para miles de mundos como el nuestro. Y así sucede con el Sol de justicia; sus brillantes rayos de salud y alegría son más que suficientes para salvar a nuestro pequeño mundo que él creó...
Lo que santifica el alma es el crecimiento en el conocimiento del carácter de Cristo. Discernir y apreciar la maravillosa obra de la expiación transforma al que considera el plan de salvación. Al contemplar a Cristo, la persona se transforma a la misma imagen, de gloria en gloria, como por el Espíritu de Dios. La contemplación de Jesús llega a ser un proceso refinador y ennoblecedor para el cristiano mismo...
¿Qué clase de fe vence al mundo? Es la fe que hace de Cristo su Salvador personal, esa fe que, reconociendo su impotencia, su total incapacidad para salvarse a sí mismo, se aferra del Auxiliador que es poderoso para salvar como su única esperanza. Es una fe que no se desanima, que escucha la voz de Cristo que le dice: "Ten ánimo, yo he vencido al mundo, y mi divina fuerza es tuya". Es la fe que le oye decir: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20).
Cada alma debe darse cuenta de que Cristo es su Salvador personal; y en su vida cristiana se manifestarán el amor, el celo y la perseverancia.
Cristo nunca debiera estar alejado de nuestra mente... Es el disipador de todas nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas. Cuan precioso es el pensamiento de que realmente podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina, con la que podemos vencer así como Jesús venció... Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención.— Review and Herald, 26 de agosto de 1890; parcialmente en Reflejemos a Jesús, pp. 13, 57, 296.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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