martes, 23 de julio de 2013

LOS PIOJOS Y LAS MOSCAS

Entonces Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón: Extiende tu vara y golpea el polvo de la tierra, para que se vuelva piojos por todo el país de Egipto. Éxodo 8:16.

Las ranas murieron, y los juntaron en montones. Con esto, el rey y todo Egipto tuvieron una evidencia que su vana filosofía no podía contradecir: vieron que esto no era obra de magia sino un castigo enviado por el Dios del cielo.
Cuando el rey quedó aliviado de su problema inmediato, nuevamente se negó testarudamente a librar a Israel. Aarón, siguiendo la orden de Dios, extendió la mano y el polvo de la tierra se convirtió en piojos en todo Egipto. Faraón llamó a sus magos para que hiciesen lo mismo, pero no pudieron… Los magos mismos reconocieron que su poder de imitación había alcanzado su límite, y dijeron: “Dedo de Dios es este” (Éxo. 8:19). Pero el rey aún permaneció inconmovible.
Después de otra apelación a dejar salir al pueblo, se impuso otro castigo:
Las moscas llenaron las casas y lo invadieron todo, “y la tierra fue corrompida a causa de ellas” (vers. 24). Estas moscas no eran como las que nos molestan inofensivamente en algunas estaciones del año, sino que eran grandes y venenosas.
Sus picaduras eran muy dolorosas para hombres y animales. Como se había anunciado, esta plaga no se extendió a la tierra de Gosén.
Faraón entonces pidió que les trajeran a los dos hermanos y les dijo que permitiría que los israelitas hiciesen sacrificios en Egipto; pero ellos se negaron a aceptar tal oferta. Los egipcios consideraban que ciertos animales eran objeto de adoración, y era tal la reverencia con que se consideraba a estas criaturas que matar una de ellas, aun por accidente, era un crimen castigado con la muerte.
Moisés aseguró al rey que era imposible para ellos hacer un sacrificio en honor a Dios en la tierra de Egipto, porque podían elegir para su ofrenda alguno de los animales que los egipcios consideraban sagrados.
Moisés volvió a pedir al monarca que se les permitiese internarse tres días de camino en el desierto. El rey consintió, y rogó a los siervos de Dios que implorasen que la plaga fuese quitada. Ellos prometieron hacerlo; pero le advirtieron que no los tratara engañosamente. Cuando oraron, se detuvo la plaga.
Pero, el corazón del rey se había endurecido por la rebelión pertinaz, y todavía se negó a ceder —Signs of the Times, 11 de marzo de 1880; ver texto similar en Patriarcas y profetas, pp. 270, 271.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

No hay comentarios:

Publicar un comentario