miércoles, 24 de julio de 2013

PESTILENCIA, TUMORES Y GRANIZO

He aquí la mano de Jehová estará sobre tus ganados que están en el campo… con plaga gravísima. Éxodo 9:3.

Faraón ahora fue advertido de un castigo aun más terrible: una peste que caería sobre todo el ganado egipcio que estaba en los campos. Se había dicho claramente que los hebreos serían exonerados; y Faraón, al enviar mensajeros a las casas de los israelitas, comprobó que estos habían escapado totalmente al castigo. Pero el rey se mantuvo obstinado, hostigado en su persistencia por los sacerdotes y los magos.
Pero también estos habrían de experimentar los juicios de Dios. Se ordenó a Moisés y a Aarón que tomasen cenizas del horno y las esparcieran hacia el cielo delante de Faraón. Cuando se hizo esto, las diminutas partículas se diseminaron por toda la tierra de Egipto, y doquiera caían producían “sarpullido que produjo úlceras tanto en los hombres como en las bestias”. Los magos, con todos sus encantamientos, no pudieron protegerse contra la penosa plaga.
Ahora no podían presentarse ante Moisés y Aarón, debido a la enfermedad. De esta manera los egipcios pudieron ver cuán inútil para ellos era confiar en el poder del que habían alardeado los magos, ya que ni siquiera podían protegerse a sí mismos.
Pero no hubo ninguna concesión de parte del monarca… Entonces se amenazó a Faraón con una plaga de granizo que destruiría el ganado y a todo hombre y mujer que se encontrara en el campo. Esta era una oportunidad para probar el orgullo de los egipcios, y para mostrar cuántos habían sido verdaderamente impactados por el maravilloso trato de Dios para con su pueblo. Todos cuantos atendieron la palabra del Señor reunieron su ganado en los establos y las casas, mientras los que menospreciaron la advertencia lo dejaron en el campo.
Al proveer así una vía de escape para todos los que decidían tener en cuenta la advertencia, Dios mostró su misericordia, en medio del castigo.
La tormenta llegó por la mañana según lo predicho: truenos, granizo y fuego mezclados. Y destruyó toda hierba, desgajó árboles e hirió a hombres y bestias. Hasta aquí ningún egipcio había perdido la vida, pero ahora la muerte y la desolación marcaron la senda del ángel destructor. Solo se salvó la región de Gosén. El Señor demostró a los egipcios que toda la tierra está bajo el dominio del Dios de los hebreos, que incluso los elementos obedecen su voz —Signs of the Times, 18 de marzo de 1880; ver texto similar en Patriarcas y profetas, pp. 271-275.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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