jueves, 18 de febrero de 2016

NO MÁS GUERRA DE LOS SEXOS

Dios creó a Eva para que llevara su imagen. Carolyn Custis James

“Dios creó al ser humano tal y como es Dios. Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer” (Gén. 1:27).

Nadie recuerda a la Eva original, a la primera mujer, creada perfecta en un mundo perfecto, pero cuya perfección quedó tan perdida como el paraíso. El recuerdo que tenemos de ella es un instante congelado en el tiempo: un diálogo con la serpiente antes de alargar el brazo, dos mordiscos y en el olvido cayó la frase: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gén. 2:18). De aquello hemos heredado la guerra de los sexos; parece que nunca lograremos resolver las tensiones entre hombres y mujeres generadas en un solo instante. Sin embargo, en el principio, no fue así.
“Le voy a hacer alguien que sea una ayuda adecuada para él" (Gén. 2:18), dijo Dios. ¿Ayuda para qué? ¿Para atender las necesidades del hombre? Sin duda. ¿Para cuidar de los hijos? Ciertamente, ¡qué sería de los niños sin su mamá! ¿Para trabajar el huerto?
Es más que probable. Pero el plan de Dios incluía mucho más que las necesidades inmediatas: él quería revelar su carácter a los ángeles caídos y se proponía hacerlo utilizando tanto al hombre como a la mujer.
La palabra hebrea ezer, traducida cómo “ayuda adecuada o idónea”, se utiliza en veintiuna ocasiones en el Antiguo Testamento, dieciséis de ellas para referirse a Dios, el ayudador de Israel en tiempos difíciles (Deut. 33:7). Lejos de rebajar el concepto de Eva (y por tanto de la mujer) que podamos tener, saber que Dios se considera a sí mismo como “ayuda idónea” de los seres humanos nos permite entender en qué medida Eva reflejaba la imagen de Dios, pues “Dios creó al ser humano tal y como es Dios. Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer” (Gén. 1:27). Por eso en ningún otro momento brilla con más esplendor la imagen de Dios que cuando hombres y mujeres se unen para ayudar y servir. Esta interacción enriquece todos los aspectos de nuestra vida cristiana y alumbra al mundo.
Si te preguntas cuál es tu labor en la familia, en la iglesia y en el mundo, yo te respondo: tú y yo hemos sido creadas para mostrar la imagen de Dios a un planeta imperfecto. Junto con los hombres, es nuestro privilegio aceptar este llamamiento y colocamos en el lugar donde Dios nos pueda usar. Sin prejuicios, sin minusvalorarte ni sobrevalorarte, simplemente respondiendo: “Aquí estoy yo, envíame a mí” (Isa. 6:8). Trabajemos codo a codo con los hombres donde Dios nos llame a servirle.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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