jueves, 7 de abril de 2016

LA VERDAD, TODA LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA VERDAD

Es fácil hablar claro cuando no va a decirse toda la verdad. Tagore
A punto de tomar un avión para regresar a casa, una mujer llamó a su esposo: “¿Cómo está mi gato?”, preguntó. “Muerto”, respondió él. “¡Por favor, no seas tan sincero! -lo reprendió ella- ¿Por qué no me dices las cosas con más tacto?” “¿Qué quieres decir?”, preguntó él. “Que podrías habérmelo contado poco a poco. Primero haberme dicho que el gato se había subido al tejado, y cuando te volviera a llamar en mi próxima escala podías haber añadido que estaba actuando de forma rara. En el aeropuerto me hubieras dicho que lo habías llevado al veterinario, y al llegar a casa, que el gato había muerto”. “Está bien, la próxima vez no seré tan sincero”, asintió el esposo. Acto seguido, ella preguntó: “¿Y cómo está mi madre?” “Humm, se ha subido al tejado”.*
Hombres y mujeres… ¿verdad? Está claro que somos muy diferentes. Pero más allá de esa primera lectura superficial, la esencia del mensaje es esta: ¿Qué concepto tenemos de la sinceridad? ¿Decimos las cosas con el necesario tacto cristiano, es decir, llenas de verdad pero al mismo tiempo llenas de amor? La verdad es la verdad, ¿quién podría estar a favor de ocultarla? Si tengo cáncer y me voy a morir prefiero saberlo para poner mis cosas en orden, pero qué bueno si me lo dicen con tacto… La cuestión es que el verdadero tacto, ese que marca para bien la vida de la gente, solo proviene de una relación íntima con Dios; es una respuesta al increíble tacto que él usa con nosotras, fruto de su amor.
La verdad puede granjeamos enemigos, pero si queremos ayudar a alguien señalando algo grave en su vida, debemos decírsela para que tome conciencia; pero decírsela con compasión, poniéndonos en su lugar si tuviéramos que oír ese mensaje.
“Jesús no suprimía una palabra de la verdad, pero siempre la expresaba con amor. En su trato con la gente hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención. Nunca fue rudo ni pronunció innecesariamente una palabra severa, ni ocasionó a un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Decía la verdad, pero siempre con cariño. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su voz cuando profería sus agudas reprensiones” (El camino a Cristo, cap. l,pp. 17, 18). Ahí está, una vez más, nuestro único ejemplo a imitar.

“Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la esperanza y el amor; pero la más Importante de las tres es el amor” (1 Cor. 13:13).

* Max Lucado, Como Jesús (Miami: Editorial Caribe, 1999), pp. 95,96.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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