lunes, 2 de mayo de 2016

EL HOMBRE DEL RÍO HELADO

‘Amarás a tu prójimo como a tí mismo’. Yo Jehová” Levítico 19:18

¿Cómo pudo Jesús llamar “mandamiento nuevo” a su orden de amarnos unos a otros? ¡Los discípulos a los que la dirigió venían oyendo esas palabras desde que eran niños! Todo el mundo sabía que más de un milenio antes, Dios había pronunciado esas palabras a todo volumen desde el Sinaí. Y hasta el mismo Jesús había reiterado esas mismas antiguas palabras en su propia enseñanza y predicación durante su ministerio (Mat. 22:39; Mar. 12:31).
Sin embargo, ¿podría ser que lo que hizo del undécimo mandamiento algo tan “nuevo” para los discípulos del aposento alto fuera que, en menos de veinticuatro horas, serían testigos de un amor tan radical que reescribiría para siempre la definición de “amor”?
El presidente Ronald Reagan tocó el corazón de sus conciudadanos cuando citó las palabras de Jesús en el aposento alto la noche que siguió al trágico accidente de aviación de Air Florida en el río Potomac helado, situado inmediatamente después de la pista de aterrizaje del Aeropuerto Nacional (ahora Ronald Reagan Washington National Airport) de Washington, D.C. Los helicópteros de rescate y las cámaras de los medios informativos se cernían sobre la río helado azotado por el viento mientras los supervivientes del accidente intentaban salir a la superficie entre el hielo y los restos. Se arrió una cuerda de salvamento a uno de los pasajeros que se movía, un hombre calvo. Sin embargo, en vez de aferrarse a esa cuerda para ponerse a salvo, pasó el salvavidas a otra víctima en apuros, que entonces fue puesta a salvo por el helicóptero. El salvavidas volvió al mismo hombre calvo, quien de nuevo se lo pasó a otro superviviente que estaba a flote. Se fueron desarrollando las idas y venidas de aquel drama de vida y muerte. Pero cuando el helicóptero volvió una última vez a rescatar al altruista desconocido, no estaba allí, habiéndose cobrado su vida las frígidas aguas de la muerte. Al hacer una semblanza del valor altruista de aquel desconocido, el presidente Reagan, dirigiéndose a la nación, se refirió a las palabras de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
Esas fueron las palabras de color carmesí pronunciadas por Cristo en aquel mismo aposento alto solo momentos después de que declarara su nuevo mandamiento: “Que os améis unos a otros” (Juan 13:34). Un antiguo mandamiento que se haría nuevo para siempre por la mañana, cuando aquellos once hombres serían testigos de que no hay “mayor amor” que la gloria del Hombre que, en medio de la cruz, puso “su vida por sus amigos”. El Calvario reescribió para siempre la definición de amor en el lenguaje humano, haciéndola fresca y nueva para cuantos quisieran seguir a este mismo Jesús.

Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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