lunes, 16 de mayo de 2016

JESÚS VERSUS PILATO

La iglesia es la única sociedad que existe para aquellos que no son miembros de ella. William Temple

Solo podemos tener dos actitudes frente al mundo agonizante que nos rodea: la de Pilato o la de Jesús. Pilato, quien podía haber hecho algo a favor de un inocente injustamente acusado, endureció su corazón contra un clamor justo. A pesar de haberse dado cuenta de que “habían entregado [a Jesús] por envidia” (Mat. 27:18), “se lavó las manos delante de todos, diciendo: ‘Yo no soy responsable de la muerte de este hombre’ ” (Mat. 27:24). Si Pilato era o no responsable es discutible, pero lo que no es discutible es su actitud ante quienes piden ayuda: lavarse las manos, mostrar indiferencia, dar la espalda; para descubrir, pasado el tiempo, que la culpa no desaparece con el agua.
La otra actitud es la de Jesús: el compromiso total. Ensuciamos las manos. Mirar el dolor que nos rodea y mostrar que nos importa. Dar la cara a quien pide ayuda, amarlo con la convicción de que Dios nos ha llamado a hacerlo. Porque Dios “hizo cielo, tierra y mar, y todo lo que hay en ellos. El siempre mantiene su palabra. Hace justicia a los oprimidos y da de comer a los hambrientos. El Señor da libertad a los presos; el Señor devuelve la vista a los ciegos; el Señor levanta a los caídos; el Señor ama a los hombres honrados; el Señor protege a los extranjeros y sostiene a los huérfanos y a las viudas” (Sal. 146:6-9). La máxima prueba de ello es la vida y la muerte de Jesús.
Tú y yo somos guardianas de la creación, y “la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto” (Rom. 8:22). ¿Ignoraremos los quejidos que nos rodean para seguir practicando una religión cómoda, sintiéndonos protegidas tras las paredes de una iglesia? Jesús, el enviado del Cielo, tomó como propio nuestro dolor; nos mostró su amor alimentando al hambriento, haciéndose amigo del marginado, oponiéndose a la injusticia, sirviendo a los demás y cargando sobre sí mismo nuestros pecados; y cuando estaba a punto del volver al Padre nos dijo: “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21). Por tanto, “ve y haz tú lo mismo” (Luc. 10:37).

“Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21).

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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