martes, 7 de junio de 2016

ESPINOSA AMBICIÓN

Por desear ser grande, uno puede dejar de ser bueno. Max Lucado

“Los árboles quisieron tener rey, y le pidieron al olivo que fuera su rey. Pero el olivo les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar aceite, el cual sirve para honrar tanto a los hombres como a Dios. Entonces los árboles le pidieron a la higuera que fuera su rey. Pero la higuera les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar sus dulces y sabrosos higos. Entonces los árboles le pidieron a la vid que fuera su rey. Pero la vid les dijo que no, pues para ser rey de los árboles tendría que dejar de dar su vino, el cual sirve para alegrar tanto a los hombres como a Dios.
“Por fin, los árboles le pidieron a un espino que fuera su rey. Y el espino les dijo que, si de veras querían que él fuera su rey, todos tendrían que ponerse bajo su sombra” (Juec. 9:8-15). Esta parábola, pronunciada por Jotam, es perfectamente aplicable a nosotras, que vivimos en estos tiempos que corren.
A lo largo de nuestra vida podemos recibir, y de hecho recibimos, propuestas para ser aquello para lo que Dios no nos ha llamado. No todo músico está destinado a dirigir una orquesta, ni todo autor cristiano a dar campañas evangelizadoras. Aunque creyeran que así brillarían más, no es cierto, la luz está en el don que Dios ha dado.
La ambición excesiva es mala consejera. Puede hacer creer al olivo, a la higuera y a la vid que son lo que no son. “Conténtate con lo que tienes, porque Dios ha dicho: ‘Nunca te dejaré ni te abandonaré’ ” (Heb. 13:5) y, en eso que tienes porque Dios te lo ha dado, busca la excelencia para su honra y gloria. Es bueno “ambicionar los mejores dones” (1 Cor. 12:31), pero el deseo desmedido de tener aquello para lo que no hemos sido llamadas puede alejamos del propósito de Dios para nuestra vida.
Si alguien nos ofrece ser “de la realeza” no lo aceptemos sin más, analicemos primero quién lo ofrece, por qué y para qué; valoremos nuestros dones en oración y después decidamos sí o no. Nadie, sino el Espíritu Santo, ha de constreñimos a tomar ese tipo de decisiones. El éxito no depende de la posición que ocupamos, sino de que hagamos de la mejor manera posible, aquello para lo que hemos sido equipadas por Dios para llevar fruto.

«Al de firme propósito guardarás en perfecta paz, porque en ti confía” (Isa. 26:3, LBA).

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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