lunes, 16 de enero de 2017

GUIADOS POR UN NIÑO

“Un niño los pastoreará” (Isa. 11:6).

La Universidad Adventista de Etiopía está situada a unos treinta kilómetros de distancia del lago Langano, en un hermoso valle. De vez en cuando, las familias de los misioneros que vivíamos en el país podíamos pasar un fin de semana en aquel lugar, para disfrutar de su belleza, relajarnos y pasar un tiempo a solas con el Señor.
Un fin de semana, los maestros y nuestros estudiantes universitarios pudimos asistir a un retiro en ese precioso lugar. Estudiantes y maestros disfrutamos por igual del programa vespertino del viernes, y dormimos plácidamente por la noche. Sin embargo, muy temprano en la mañana del sábado, escuchamos pasos que corrían hacia nuestras carpas. Luego escuchamos sonidos de golpes en la carpa al lado de la nuestra, que estaba ocupada por Amarech, nuestra asistente. Al salir de la carpa, vimos a los estudiantes tratando de apagar un incendio. Rápidamente, mi esposo corrió aloque quedaba de la carpa de Amarech, para apagar el tanque de gas que ella había estado usando para preparar el desayuno.
-¿Por qué tu carpa estaba en llamas?-preguntamos a Amarech después de que el incendio fuera sofocado.
Nos dijo que mientras estaba cocinando dentro de la tienda, había sentido ganas de ir al baño y había dejado encendida la llama.
-Creo que había un plato de plástico demasiado cerca del fuego -agregó- Debió de haberse encendido y quemado rápidamente. La tienda ya estaba en llamas cuando regresé.
Su voz temblorosa delataba su temor por las consecuencias en que pudiera incurrir, como resultado de su descuido. Todo el mundo desayunó en silencio. Entonces, nuestro hijo mayor, Jojie, que tenía unos cuatro años en aquel momento, rompió el silencio.
-Mamá, papá, ¿qué van a hacer con Amarech? ¿Van a despedirla? ¡Ustedes saben que ella es muy buena trabajadora! Es cierto que cometió un error hoy, ¡pero todo el mundo comete errores!
Mi esposo y yo nos miramos, sintiéndonos conmovidos por el espíritu compasivo de nuestro hijo pequeño. Por supuesto, habíamos pensado que alguna consecuencia sería apropiada. Sin embargo, después de la mediación informal de un niño pequeño, estábamos seguros de que lo único que podíamos hacer era perdonar a nuestra ayudante, así como Dios acepta la mediación de nuestro Salvador.
Amarech se sintió siempre agradecida con nosotros, permaneció fiel a nuestro servicio hasta que dejamos Etiopía, años más tarde. Alabo a Dios por usar algo tan sencillo como las palabras de un niño para recordarnos que debemos amar como él lo hace. Forsythia Catane Galgao

Tomado de lecturas devocionales para Damas 2017
VIVIR EN SU AMOR    
Por: Carolyn Rathbun Sutton – Ardis Dick Stenbakken
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