sábado, 25 de febrero de 2012

¡TEN CUIDADO CON LO QUE DICES!

«El Señor hizo que soplara del mar un viento que trajo bandadas de codornices, las cuales cayeron en el campamento y sus alrededores, cubriendo una distancia de hasta un día de camino alrededor del campamento, y formando un tendido de casi un metro de altura» (Números 11:31).

¡Qué cantidad de codornices! Están por todas partes. Para ser exactos, hay un metro de codornices acumuladas en el suelo. Pero hablaremos de eso en un momento. Las codornices son unas aves muy comunes en el mundo. Hoy quiero hablar de una clase de codorniz que en Estados Unidos se conoce como Codorniz «Bob White». Se trata de una hermosa ave con un plumaje multicolor Su curioso nombre se debe a que esta ave se la pasa todo el día diciendo: «Bob White, Bob White». No es un chiste, yo las he escuchado y exactamente así es como se oye.
Así como estas codornices han sido etiquetadas por lo que sale de sus bocas, nosotros también somos juzgados por lo que decimos. ¿Decimos cosas amables y cariñosas o palabras feas y llenas de rencor? ¿Son nuestras palabras sinceras o engañosas?
Los israelitas eran conocidos como llorones porque lo único que hacían era quejarse. Ellos estaban cansados del maná y ahora querían comer carne, así que Dios se la dio. Un metro de altura de carne en el piso. Ten cuidado con lo que sale de tu boca. Podrías sorprenderte con el resultado.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

NUESTRA ESPERANZA ES JESÚS

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13).

Alguna vez hayamos llegado a un funeral sin saber que decir a los dolientes. Algo parecido me sucedió en cierta ocasión. En un lamentable accidente murieron una madre y sus dos hijas; una de ocho años y otra de cinco. La madre me había comprado un libro sobre el control del estrés, y con aquella compra había recibido como obsequio un folleto de «La fe de Jesús». Para mi sorpresa, cuando asistí al sepelio la abuela de las niñas, a quien yo no conocía, me abrazó y me agradeció por el obsequio que le había hecho a su hija. Ella me dijo que estaba convencida de que su hija y sus nietas dormían el sueño de la muerte y que Jesús las resucitaría en el momento de su segunda venida.
Una de las razones por las que trabajo como colportora es que he visto cómo, gracias a la influencia de los libros, las personas son tocadas por el Espíritu Santo y cómo, en momentos de dificultad, recuerdan lo que han leído en ellos.
Después de algunos días aquella misma señora apareció en mi consultorio, pidiéndome que por favor la ayudara a estudiar el pequeño folleto que hablaba de la fe de Jesús que yo le había obsequiado a su hija seis meses antes del fatal accidente. Acepté de inmediato, y esa misma tarde comencé a estudiar con aquella familia.
«Todos los que han recibido la luz sobre estos asuntos deben dar testimonio de las grandes verdades que Dios les ha confiado. [...] Y es de la mayor importancia que todos investiguen a fondo estos asuntos, y que estén siempre prontos a dar respuesta a todo aquel que les pidiere razón de la esperanza que hay en ellos» (El Conflicto de los Siglos, cap. 27, p. 479).
Mi hermana, ¿qué estás haciendo por aquellos que no tienen esperanza? Te invito a que le hables a tu vecino, a tu amigo, al de la tienda. Regálale o véndele una revista, un libro y, a ser posible, una Biblia.
Padre, te ruego de todo corazón que ayudes a cada una de mis hermanas a asumir la misión de compartir tu verdad con los demás. Danos más amor por las almas.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Mayté Álvarez Jiménez es médico de familia. Está casada y tiene dos hijos. Escribe desde Guadalajara, México.

VICTORIAS MISERABLES

¡Tuyos son, Señor; la grandeza, el poden la gloria, el dominio y la majestad! 1 Crónicas 29:11.

¿Has oído hablar de Pirro (318-272 a.C.), el famoso rey de Epiro, en la antigua ¿Grecia? Se dice que cierto día Pirro estaba escuchando el sonido de dos flautas. Una dejaba oír una música alegre; la otra, una música sombría. Entonces uno de los músicos preguntó:
—Su Majestad, ¿cuál de las dos ejecuciones le gusta más? —Ninguna —respondió Pirro—. El sonido que más me gusta es el de las espadas al golpear una contra la otra. Y el de una flecha cuando sale disparada del arco.
Y es que a Pirro le gustaba la guerra. Tenía poder, fama y riquezas, pero su inquieto espíritu guerrero le impedía disfrutar de lo que tenía. Al igual que Alejandro Magno, quería someter el mundo entero bajo el poder de su espada.
Fue esa ambición la que lo motivó a atacar a Roma. Muchos intentaron desanimarlo, pero el testarudo rey no escuchó razones. Después de una furiosa batalla, al final del día la balanza se inclinó ligeramente en favor de Pirro, pero a un costo de vidas muy elevado para su ejército. Se cuenta que mientras Pirro recorría el campo de batalla evaluando las pérdidas, uno de los soldados lo felicitó por la victoria. Entonces Pirro, con rostro sombrío, respondió:
—Otra victoria como esta, mi amigo, y estamos arruinados. Hoy nadie recuerda a Pirro por sus conquistas en el campo de batalla. En cambio lo recordamos por las «victorias pírricas»: las que se obtienen a un costo muy elevado.
Si algo nos enseña su experiencia es que debemos ser cuidadosos al seleccionar nuestras batallas. ¿A qué causas dedicarás tus talentos, tus recursos, tus energías? ¿Por qué no le pides a Dios que ponga en tu corazón un proyecto, un ministerio, que glorifique su nombre?
Una segunda lección que aprendemos es que en la vida algunas conquistas pueden arruinar nuestro carácter. Si para poder graduarte tienes que hacer trampa en los exámenes; si para conquistar el amor de una persona debes recurrir al engaño; si para lograr el ascenso en tu trabajo tienes que calumniar a un colega; en cada caso estarás pagando un precio demasiado elevado: la contaminación de tu carácter y la deshonra al nombre de Dios.
Otros lo están haciendo, es verdad, pero con victorias como esas, mi amigo, mi amiga, ¡no me sorprenderá que terminen arruinados!
Capacítame, Señor, para pelear tus batallas, las que glorifiquen tu nombre, no el mío.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

DE TODO CORAZÓN

«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12).

Durante la Segunda Guerra Mundial, en Holanda, la familia Ten Boom escondió en su casa a judíos que trataban de escapar del régimen nazi. Cuando fueron descubiertos, Corrie Ten Boom y su hermana Betsie fueron llevadas al campo de concentración de mujeres de Ravensbrück, al norte de Alemania, en el que 92,000 mujeres perdieron la vida durante la guerra.
Al cabo de un tiempo en el campo, Betsi murió. A causa de un error administrativo, Corrie fue liberada una semana antes de que todas las mujeres de su edad fueran ejecutadas.
Después de la guerra, Corrie empezó a viajar por el mundo contando la historia de su familia y lo que ella y Betsie habían visto en el campo de concentración.
Una noche, después que hubo hablado, reconoció a un hombre que se adelantaba hacia el estrado para hablar con ella. Había sido uno de los guardias del campo de concentración.
El hombre dijo: «Señora Ten Boom, en su discurso ha mencionado Ravensbrück. Yo fui uno de los guardias de ese campo. Pero después me convertí. Sé que Dios me ha perdonado por todas las crueldades que cometí». Y extendiendo la mano, añadió: «¿Me perdona?». Posteriormente, Corrie escribió: «Aquella mano solo estuvo extendida durante unos segundos; pero a mí me parecieron horas, mientras me debatía en el combate más difícil que jamás haya librado. Porque tenía que hacerlo, lo sabía. La promesa de que Dios nos perdona tiene una condición previa: que perdonemos a los que nos han causado algún mal. "Si no perdonáis a los hombres sus ofensas", dijo Jesús, "tampoco vuestro Padre celestial os perdonará vuestras ofensas".
Y así, inexpresiva, mecánicamente, estreché la mano que me tendía. Al hacerlo ocurrió una cosa increíble... Un calor sanador recorrió todo mi ser y mis ojos se llenaron de lágrimas. "Lo perdono, hermano", dije entre sollozos. "De todo corazón". Durante un largo rato, quienes habíamos sido guardia y prisionera, mantuvimos las manos estrechadas. Jamás había conocido el amor de Dios tan intensamente como en aquella ocasión».
¿Quiere usted experimentar ese calor sanador? Perdonémonos «unos a otros, como Dios también [nos] perdonó a [nosotros] en Cristo» (Efe. 4: 32). (Basado en Mateo 5-.43,44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

viernes, 24 de febrero de 2012

¿QUÉ ES ESTO?

«El maná era parecido a la semilla del cilantro; tenía un color amarillento, como el de la resina» (Números 11:7).

Ya hemos estado caminando junto a los israelitas durante un tiempo y hemos notado que hay muchas quejas entre el pueblo. Hemos hablado mucho de vegetales estos últimos días porque los hijos de Israel están cansados del maná. Añoraban los vegeta-les que comían en Egipto. Bueno, es comprensible, porque los vegetales son deliciosos, aparte de lo buenos que son para la salud. Sin embargo, creo que deberían estar agradecidos por el maná. ¿No le parece?
¿Y qué es el maná?, preguntarás tú. Maná es una expresión hebrea que significa «¿qué es esto?». Eso fúe lo que los israelitas dijeron cuando el maná cayó del cielo por primera vez. Dios les dio el maná desde de que comenzó su travesía en el desierto, y según Josué 5: 12 dejó de dárselo justo cuando entraron en la Tierra Prometida, donde comenzaron a alimentarse con los alimentos que allí abundaban.
El tiempo de Dios es perfecto. Él siempre sabe qué hacer y cuándo hacerlo. A veces nos impacientamos y nos quejamos ante Dios por las cosas, pero debemos recordar que Dios, a diferencia de nosotros, lo sabe todo. Así que seamos pacientes y recordemos la experiencia con el maná. Si Dios está al control de nuestra vida, no hay nada de qué preocuparnos.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EVITA LA SORDERA

Mi Dios los desechará porque ellos no lo oyeron, y andarán errantes entre las naciones. (Oseas 9:17).

Hace algunos meses sufrí una infección de oídos que me impedía oír bién. Al leer el versículo de hoy he pensado que muchas veces el pueblo de Dios también ha sufrido de algún trastorno de los oídos.
El Señor nos habla una y otra vez en forma paciente. Sin embargo seguimos prestando oídos sordos a sus palabras y no escuchamos su voz. Dios desecha a quienes no lo escuchan, aunque él no abandona a nadie, a menos que sea uno quien lo abandone a él para seguir sus propios caminos.
A lo largo de la historia encontramos que muchas personas desoyeron las amonestaciones divinas. Si comenzamos por Adán y Eva comprobaremos que algunos personajes cedieron ante las costumbres del mundo que los rodeaba, dejando de escuchar la voz de Dios.
Salomón fue un rey que recibió de Dios la sabiduría que había pedido, así como riquezas y honores. Sin embargo, se llenó de orgullo para luego ceder a las tentaciones que llegan de la mano de la prosperidad económica. Cerró sus oídos a las amonestaciones del Señor y se entregó a los placeres del mundo, olvidándose de Dios por algún tiempo. (ver 1 Rey. 11:1-8).
El rey Ezequías fue un fiel siervo de Dios que en cierto momento sufrió una grave enfermedad. Tras orar, el Señor le concedió quince años más de vida. Pero su corazón se llenó de vanidad. Dios envió a varios mensajeros desde Babilonia para que escucharan el testimonio de su milagrosa curación, sin embargo, Ezequías únicamente les enseñó sus posesiones, sin mencionar lo que Dios había hecho por él. (Ver 1 Rey 18-20).
Estas experiencias sirven de advertencia para nosotras, que muchas veces cerramos nuestros oídos para no escuchar al Señor. Satanás sabe lo que debe hacer para que caigamos en sus engaños y para que dejemos de cumplir la voluntad de Dios. Procuremos no caer en las trampas del maligno, evitando que nos cieguen y ensordezcan las cosas materiales que hay a nuestro alrededor. Pongamos nuestros ojos en Cristo. Abramos nuestros oídos y nuestros corazones a sus divinas enseñanzas y sigamos el camino que él nos ha trazado mediante su muerte en la cruz.
Hermana, la decisión es nuestra. Sin embargo, yo haré mías las palabras de Josué: «Yo y mi casa seguiremos a Jehová»

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rosita Val

¿UN MILLÓN DE SAPOS?

Por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora? Mateo 6:27.

Wayne Rice, escritor de temas para jóvenes, cuenta la historia de un granjero que fue al restaurante del pueblo y ofreció vender un millón de sapos. Al escuchar la oferta, el dueño del negocio, asombrado, preguntó:
—¡Un millón! ¿Y dónde conseguirá usted tantos sapos?
—En un pozo que hay cerca de mi casa —respondió el granjero—. Cuando cantan de noche, me vuelven loco.
Los dos hombres acordaron la entrega de quinientos sapos por semana, para comenzar.
Al cabo de unos días el granjero regresó al restaurante. Con rostro avergonzado, colocó sobre el mostrador dos sapitos tan escuálidos que cabían en la palma de su mano y todavía sobraba espacio.
—¿Y qué pasó con el millón de sapos? —preguntó el dueño del restaurante. Pues, verá... Solamente había dos, ¡pero hacían tanto ruido como un millón! (More Hot Illustrations for Youth Talks [Más ilustraciones actuales para charlas con los jóvenes] p. 23).
Me pregunto si no nos pasa a veces como al granjero de la historia. ¿Te ha ocurrido? Donde hay apenas dos miserables sapos, crees escuchar un millón. No jugaste bien en el partido de fútbol, y ya crees que el mundo se derrumba. El muchacho que te gusta no te presta atención, y ya piensas que la vida es cruel contigo. Tienes problemas con una materia en el colegio, y sientes que careces de suficiente materia gris para los estudios.
Quizá ahora mismo tengas algún problema con tus padres, tu novio, tu mejor amiga o tu salud. No le des más importancia de la que tiene. Quizás es un escuálido sapito al que le estás prestando demasiada atención, y en las noches se escucha como si fuera un millón. Por lo demás, ¿no tienes acaso en el cielo a un Padre amante, que conoce la carga que oprime tu corazón en este mismo Instante?. Si este es el caso, ¿qué tal si haces lo que dice el himno? «Cuando estés cansado y abatido dilo a Cristo, dilo a Cristo...»
Padres celestial, ayúdame a dar a cada cosa la importancia que tiene. Y cuando los problemas parezcan abrumarme, recuérdame que nunca estoy solo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

«MÍA ES LA VENGANZA»

«No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor"» (Romanos 12: 19).

Había una vez un importante hombre de negocios que escuchó que un conocido suyo estaba en la cárcel. Decidió visitarlo. Tras varias horas de conversación, el empresario quedó muy impresionado. Cuando se iba, fue a ver al director de la cárcel y le preguntó si iba a recomendar el indulto para su amigo. Prometió al director que, si su amigo salía indultado, respondería por él y le daría empleo en una de sus fábricas.
El director de la cárcel accedió a recomendar el indulto. A la siguiente visita del hombre de negocios, le entregó un documento. El indulto había sido concedido. El director sugirió que no le entregara el indulto al preso hasta después de haber hablado un poco más con él y así lo hizo. Cuando el benefactor le preguntó al preso qué deseaba hacer con más ganas cuando estuviera en libertad, el hombre se puso en pie y, mirando a través de los barrotes, dijo: «Solo hay dos cosas que quiero hacer cuando salga. Una es matar al juez que me encerró aquí y la otra es matar al hombre que dijo a la policía dónde podían encontrarme». El empresario rompió el indulto y se marchó.
Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: "Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra"» (Mat 5:58,39). En otras palabras, no tratéis de vengaros.
En la vida cotidiana es raro que recibamos una bofetada, pero se nos insulta de otras maneras. El mandato de Jesús de «poner la otra mejilla» se puede aplicar perfectamente a esas situaciones de la vida diaria. ¿Acaso hay quien hable de usted a sus espaldas? No haga lo mismo con él. ¿Un compañero de trabajo habla mal de usted a su jefe? No le pague con la misma moneda.
Dios nos manda: «No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev. 19:18). Jesús es nuestro ejemplo. «Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Ped. 2:23). (Basado en Mateo 5:38-42).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill