jueves, 5 de abril de 2012

EL PARACAÍDAS QUE NO SE ABRIÓ


La vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí. Gálatas 2:20.

En su libro El Carpintero divino, el doctor Atilio Dupertuis narra una interesante historia de heroísmo que tuvo lugar en el estado de Arizona, Estados Unidos.
Varios jóvenes estaban practicando su deporte favorito, el paracaidismo, cuando dos de ellos saltaron de la avioneta al mismo tiempo y accidentalmente se golpearon la cabeza. El impacto dejó inconsciente a una joven llamada Debbie. A menos que ocurriera un milagro, en cuestión de segundos, la joven moriría.
Y precisamente se produjo un milagro. Roberto, el instructor del grupo, que también había saltado con ellos, se dio cuenta de la situación, y se propuso alcanzarla en el aire. Este objetivo solo podía lograrlo si la seguía sin que él abriera su propio paracaídas. Posicionando su cuerpo de modo que presentara la menor resistencia posible al aire, logró darle alcance, abrió el paracaídas de Debbie, inmediatamente abrió también el suyo, y ambos se salvaron.
Fue un verdadero acto de heroísmo. Cuando le preguntaron a Roberto por qué había arriesgado su vida en beneficio de otra persona, simplemente respondió que era su deber ayudar a otros.
Al reflexionar sobre este hecho, el doctor Dupertuis nos recuerda una escena similar que se produjo cuando Jesucristo, la Majestad del cielo, aceptó «descender» a nuestro rebelde planeta con el fin de salvarnos, íbamos rumbo a una muerte segura, en «caída libre», cuando el Hijo de Dios descendió de su trono y «abrió nuestro paracaídas», evitando así nuestra ruina eterna.
Para poder salvarnos, el Hijo de Dios primero tuvo que aceptar ser uno de nosotros. Esto ya es un enorme descenso. Pero no se detuvo allí. Dicen las Escrituras que estando en esa condición de siervo, o esclavo, «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz» (Fil. 2:8).
En otras palabras, a diferencia de Roberto, quien al abrir su paracaídas se libró de una muerte segura, para poder salvarnos, Jesús decidió «no abrir su paracaídas». Y todo por amor a ti y también a mí.
Gracias, Señor Jesús, porque voluntariamente descendiste del cielo, y porque tu muerte me dio vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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