jueves, 19 de julio de 2012

NADIE DIJO QUE SERÍA FÁCIL


«Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar» (Juan 9:4).

La vida es corta; por tanto, no disponemos de tiempo para desperdiciarlo. No podemos pasar el tiempo que dure este corto viaje ocupándonos de cosas que nos aparten de los negocios de nuestro Padre. A veces cuesta ver más allá del rechazo que la vida pone ante nosotros. Como cristianos debemos aceptar tales cosas como obstáculos temporales porque sabemos que el Padre tiene sus propios planes para nosotros. Confiamos en él. Tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano mientras haya tiempo, mientras nos quede aliento, compartiendo lo que Dios nos dio y sabiendo que el Padre nos bendecirá con su gracia extraordinaria para que lleguemos sanos y salvos al fin del viaje.
Cristo encomendó una misión a todos los que creen en él. Los discípulos de nuestro Señor Jesucristo, también hoy en día, tenemos que ocuparnos de los asuntos de nuestro Padre diciendo: «Heme aquí, Señor; envíame».
Nadie dijo que ser cristiano sea cosa fácil. Muchos de nosotros hemos pasado por el puente de la incertidumbre y la duda. Hemos estado divididos entre el ahora de esta tierra y la eternidad prometida. En ocasiones nos fatigamos y en muchas más no entendemos por qué nos salen al encuentro tantas adversidades, sobre todo cuando nos esforzamos lo indecible por ser como Jesús. Creemos que alcanzar el nivel de obediencia que Dios nos exige es una cima absolutamente inalcanzable. Con todo, Dios nos entiende y por eso nos perdona y asciende la montaña junto a nosotros.
A veces, en oración, nos mostramos fatigados y desanimados porque no parece que obtengamos una respuesta. Nos sentimos abandonados y temerosos, a la deriva en medio de un océano de pecado que asola el mundo. Y sí, a veces sentimos la tentación de renunciar a la misión de guardar la Palabra de Dios y seguir nuestro propio camino. Luego descubrimos que, sin Dios, la paz jamás alcanzará al alma y, tras darnos cuenta de que el único bien es el que procede de sus manos, volvemos a él con un espíritu humilde y contrito. Lo vemos claro cuando nos damos cuenta de que en Dios tenemos nuestra fortaleza y, por lo tanto, las cosas solo irán bien si él tiene el control.
Nadie dijo que sería fácil, pero con él es posible. Basado en Lucas 2:41-49

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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