viernes, 2 de noviembre de 2012

¿HECHIZADOS O CONVENCIDOS?


«Deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar» (Isaías 55:7).

«Cuando Cristo es recibido como Salvador personal, la salvación viene al alma» (El Deseado de todas las gentes, cap. 61, p. 523). Sin embargo, el propósito del diablo es engañarnos para que creamos (1) que la salvación es demasiado complicada e imposible de alcanzar en esta vida o (2) que la salvación es tan fácil de conseguir que basta con desearla. Algunos no creen ninguna de estas ideas, aunque esperan que Dios obre un milagro en su vida, de manera que, sin mediar esfuerzo por su parte, los vuelva alérgicos al pecado y, por tanto, inmunes a la tentación. Entienden que el derramamiento del Espíritu Santo hará que el pecador se convierta en santo.

El Espíritu Santo no se sirve de una varita mágica para hechizarnos, sino que nos convence de pecado para cambiarnos. «La justicia de Cristo no es un manto para cubrir los pecados que no han sido confesados ni abandonados; es un principio de vida que transforma el carácter y rige la conducta. La santidad es integridad para con Dios: es la entrega total del corazón y la vida para que revelen los principios del cielo» (El Deseado de todas las gentes, cap. 61, p. 52).
Zaqueo aprendió que hacer de Jesús el Señor de su vida tenía un elevado precio. Sus recursos terrenales se desvanecieron. Perdió a sus amigos. Pero ganó para sí y para toda su familia el maravilloso regalo de la salvación. Ahora tenía un tesoro en el cielo.
Zaqueo recibió en su casa a Jesús, no solo como huésped, sino como su Salvador que viviría para siempre en su corazón y su hogar. Los escribas y los fariseos lo consideraban un pecador y criticaron a Jesús por ir a su casa. Pero el Señor le dijo a Zaqueo que ahora formaba parte de la familia de Dios. Porque «los que tienen fe, estos son hijos de Abraham» (Gal. 3:7).
Amado Jesús, gracias por hacer de mí un miembro de tu familia. Quiero invitarte para que vengas a mi casa; no para venir de visita y luego marcharte, sino para quedarte. Basado en Lucas 19:1-10

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

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