domingo, 18 de noviembre de 2012

LA VOLUNTAD DE DIOS, NO LA MÍA


«He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Juan 6:38).

En la creación el hombre recibió libre albedrío, de manera que tuviera la posibilidad de escoger por sí mismo vivir según la voluntad de Dios. Sin embargo, en el Edén, Adán y Eva decidieron que obrarían según su propia voluntad y no la del Creador. Al hacerlo, perdieron el libre albedrío. Esto es el pecado. «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia?» (Rom. 6:16). Jesús vino a la tierra para devolver al ser humano su capacidad de elección. El gran objetivo de la redención es hacernos libres del poder del pecado para que podamos volver a hacer la voluntad de Dios.
Jesús siempre hizo la voluntad de su Padre. «No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió» (Juan 5:30). Para Cristo, sacrificarse voluntariamente no fue fácil. En Getsemaní el sacrificio de su voluntad alcanzó el punto máximo: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22:42).
El pecado, además de la divergencia entre la voluntad de la persona y la del Creador, es la elección de seguir la propia voluntad, aun a sabiendas de que es contraria a la de Dios. Podríamos decir que el pecado es la transgresión de la voluntad de Dios. Como hombre, Jesús tenía voluntad humana.  Como hombre, no siempre sabía de antemano cuál era la voluntad de Dios. De vez en cuando, tenía que esperar para conocer la voluntad de su Padre. Sin embargo, cuando la voluntad de Dios le era revelada, siempre estaba dispuesto a renunciar a su voluntad humana y hacer la del Padre.
Tenemos ante nosotros decisiones que es preciso tomar. Oremos: «Padre, no sea mi voluntad, sino la tuya».  Basado en Juan 6:38

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

No hay comentarios:

Publicar un comentario