lunes, 1 de octubre de 2012

LIBERAR AL PRISIONERO


Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.  Colosenses 3:13.

«Odiar a alguien —escribió Harry Emerson Fosdick— es como quemar tu casa para matar al ratón que te está molestando». Y yo añadiría algo más: es como quemar la casa y que el ratoncito se escape. En otras palabras, odiar no vale la pena. El precio es demasiado elevado.
No voy a decirte ahora cuáles son las consecuencias que odiar a alguien puede ocasionar a tu salud. Esto ya lo has escuchado. Quiero más bien referirme a un efecto que Anthony de Mello ilustra muy bien en su libro La oración de la rana. Es el relato de un exprisionero de un campo de concentración nazi que visitó a un amigo que también había sufrido esa terrible experiencia.
—¿Has logrado olvidar a esos nazis? —preguntó a su amigo.
—Sí —contestó él.
—Yo en cambio no he podido olvidar. Sigo odiándolos con todo mi corazón.
—En ese caso —le contestó su amigo— todavía eres su prisionero.
¿Albergas odio en tu corazón hacia alguien? ¿Hacia algún amigo o amiga, por algo que esa persona hizo que todavía te causa dolor cuando lo recuerdas? ¿O quizás hacia algún familiar? Pues acaso te convendría elevar un ruego a Dios como el del Salmista, pidiéndole al Señor que examine tu corazón para ver si hay en él algún odio o resentimiento hacia otra persona (ver Sal. 139:23,24), y para que con su poder lo quite de ti. Porque si hay algo que el relato del exprisionero nos enseña es que en el juego de la vida, el que odia siempre resulta perdedor. No importa cuánto daño te haya hecho esa persona o cuánto dolor te haya causado, si la odias, ella es el carcelero y tú eres su prisionero.
Es verdad que todavía puedes sentir dolor por lo que te hizo esa persona, pero como bien escribió Lewis Smedes, ese dolor no va a sanar por sí mismo. La única manera de que sane es perdonando a quien te hirió. Cuando eso hagas, estarás extirpando un tumor maligno de tu cuerpo. Y mejor aún, «liberarás a un prisionero; solo que descubrirás que ese prisionero eres tú mismo» (Forgive and Forget. Heahng the Hurts We Don't Deserve [Perdonar y olvidar: Para sanar las heridas que no nos merecemos], p. 133).

Limpia, Señor, mi corazón de cualquier odio o rencor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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