miércoles, 6 de febrero de 2013

RECUÉRDAME


También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: «Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí». Lucas 22:19

Cuando en una ocasión necesitaron hacer un viaje de emergencia, mi yerno y mi hija decidieron dejar a mi nieta a mi cuidado durante dos días. Nunca antes se habían separado tanto tiempo de ella, y estaban francamente preocupados. La verdad, yo también lo estaba.
La nena apenas había cumplido tres años y era su primera estancia sin sus padres en casa de la abuela. Yo sabía que, dado que estaba en la etapa de las «operaciones concretas», en cuanto sus padres salieran de su vista iba a extrañarlos, y exactamente así sucedió.
Durante las primeras horas, la aventura de recorrer los rincones de la casa, el jardín, los juguetes sorpresa, los videos sobre Cristo y los discos de cantos infantiles hicieron su labor de entretener. Pero al anochecer, cuando las aves empezaron a cantar las canciones de cuna, mi nieta dijo la frase que yo más temía: «Quiero a mi mamá».
Entonces comencé a usar mi repertorio de abuela novata. Le conté una historia, le enseñe un canto nuevo, le preparé una rica meriendita, pero cada vez que el estímulo sorpresa pasaba, nuevamente surgía, y con más ansiedad, la misma frase: «Quiero a mi mamá».
Para las nueve de la noche las dos estábamos francamente agotadas, en pijama, abrazadas en la cama (pues el abuelo estaba de viaje), con lágrimas en los ojos... no podíamos dormir. Hasta que tuve una feliz idea. La siguiente vez que dijo: «Quiero a mi mamá», corrí a la sala, tomé una fotografía que sus papas se habían tomado el día de su boda, y se la entregué. Cuando ella miró el retrato, comenzó a reír, dejó de llorar, y muy pronto, abrazando la foto, se quedó profundamente dormida. ¡Por fin tenía a su mamá y a su papá junto a ella! Aquella foto le había hecho recordar que sus padres la amaban y pronto irían a buscarla.
Querida amiga, cuando comiences a sentirte sola, abandonada, recuerda que Jesús está a tu lado. Haz espacio en tu mente para recordar aquellos episodios maravillosos de su ministerio terrenal, su muerte en la cruz para darte salvación, y su resurrección, pues ese gran acto de amor es el que garantiza nuestra felicidad terrenal y nos prepara para la vida eterna. Nadie más hará por ti el maravilloso sacrificio que hizo Cristo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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