viernes, 29 de marzo de 2013

CRUELDAD SUPREMA


Cruel es la furia, y arrolladora la ira, pero ¿quién puede enfrentarse a la envidia? (Proverbios 27:4).

La envidia es capaz de desatar la crueldad suprema. La «parábola del hombre codicioso y el hombre envidioso» puede ayudarnos a comprenderla. Un hombre codicioso y un hombre envidioso se encontraron con un rey. Este les dijo: «Uno de ustedes puede pedirme algo y se lo daré, siempre y cuando yo le dé el doble al otro».
El envidioso no quería ser el primero en pedir, porque su compañero recibiría el doble. Y el codicioso no quería pedir primero, porque quería obtener lo máximo posible.
Al final, el codicioso insistió en que fuera el envidioso el primero en formular el pedido. Entonces el envidioso le pidió al rey que le arrancara un ojo.
Esto es una muestra del ingenio creativo del fabulista judío Solomon Schimmel, pero una lección tan aguda como una navaja de afeitar. La naturaleza del envidioso es capaz de esa crueldad. Nadie debe subestimar la maledicencia de la envidia.
Conviene conocer y aceptar la realidad. Una de las cosas más difíciles para un ser humano es controlar sus sentimientos de inferioridad. Cuando nos enfrentamos a una capacidad, a un talento o a un poder superior, nos sentimos perturbados e incómodos. La razón es que tenemos una conciencia exagerada de nosotros mismos. Esta perturbación de nuestra imagen personal no puede tolerarse mucho tiempo sin que despierte emociones negativas. Primero sentimos envidia. Si tuviéramos las cualidades o las habilidades de la persona considerada superior a nosotros, seríamos felices.
Pero tampoco podemos admitir que sentimos envidia, porque es un sentimiento que la sociedad condena. También porque mostrar envidia es reconocer que somos inferiores. Como dijo Plutarco: «De todos los trastornos del alma, la envidia es el único que nadie admite tener». No admitimos la envidia ni siquiera ante nuestros amigos más cercanos y fieles. Es un sentimiento clandestino, incubado en la intimidad que va corrompiendo todo lo noble que pueda haber en nosotros.
Únicamente la aceptación de Aquel que repartió con sabiduría talentos y habilidades, puede darnos la victoria sobre la envidia. Dejaremos de envidiar a otros por los talentos que poseen y nos dedicaremos a emplear los nuestros lo mejor que podamos, sean pocos o muchos.
Cuídate, pues, de la envidia. Si la sientes por causa del éxito de alguien, no lo ocultes ni lo niegues. Admítelo, primero ante Dios, y luego ante ti. Luego pide al Señor la gracia y la ayuda que necesitas para vencer a la causante de la «crueldad suprema».

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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