jueves, 14 de marzo de 2013

DALE A DIOS LO QUE MÁS DESEA


Quien encubre su pecado jamás prosperará; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón. Proverbios 28:13.

Las Sagradas Escrituras nos dicen que el perdón de Dios es incondicional. Toda persona tiene acceso al trono de su infinita gracia. Él no toma en cuenta si es hombre o mujer, ni la condición étnica, el nivel educativo o la posición social. Lo único que debemos hacer para obtener el perdón de Dios es arrepentimos de nuestros pecados y confesarnos ante Dios. Elena G. de White escribió: «La confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita» (El camino a Cristo, cap. 4, p. 59).
El peso de los pecados sin confesar es una carga imposible de llevar. Es como un cáncer que corroe las fuerzas físicas y causa estragos sobre el ánimo y las emociones. Mucha gente cree que han cometido errores tan graves que Dios jamás podrá perdonarlas, pero lo cierto es que no es así.
En medio de la vileza de una vida desperdiciada, María de Magdala se dio cuenta de que no podía sobrellevar más tiempo su carga de pecado, y en un acto de fe y profundo recogimiento, se humilló a los pies de su Maestro sin pensar en qué dirían los demás. El resultado de ese acto sencillo de arrepentimiento fue una vida nueva, tal vez con tentaciones, pero con la seguridad de que Jesús caminaba a su lado.
Lo que Dios más desea de ti es un corazón genuinamente arrepentido. A cambio de tu entrega, te devuelve paz interior y la promesa de su constante y permanente compañía. He conocido mujeres que sienten el peso de su pecaminosidad y no se pueden enderezar para darse cuenta de que lo único que deben hacer es levantar los ojos al cielo, de donde vendrá la remisión de sus faltas. «Si en tu corazón existe el anhelo de algo mejor que cuanto este mundo pueda ofrecer, reconoce en este deseo la voz de Dios que habla a tu alma» (El camino a Cristo, cap. 3, p. 43).
Ojalá que, en este día, el deseo de Dios llene tus pensamientos y te impulse, con la sinceridad de toda mujer que anhela ser una genuina cristiana, a entregar tu voluntad y tus motivos a él. Es el mejor regalo que le puedes dar. Inclínate ahora mismo y junta tus manos en señal de adoración; deja que tu corazón musite en silencio la plegaria que te conectará con lo celestial.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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