lunes, 29 de abril de 2013

EL JUEZ INJUSTO

Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Lucas 18:4, 5 (lea Lucas 18:1-8).

En esta parábola Cristo destaca un marcado contraste entre el juez injusto y Dios. El juez, aunque no teme a Dios ni al hombre, escuchó a la viuda por sus peticiones constantes. Aunque su corazón permaneció como el hielo, la persistencia de la viuda le dio resultado. Él le hizo justicia, aunque no sentía pena ni compasión por ella, aunque su miseria no le significaba nada. "Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?" (vers. 6, 7).
El juez cedió al pedido de la viuda meramente por causa de su egoísmo, para verse aliviado de su persistencia. ¡Cuán diferente es la actitud de Dios respecto de la oración! Nuestro Padre celestial puede que parezca no responder inmediatamente a las oraciones y pedidos de su pueblo, pero nunca se aparta de ellos por indiferencia. En esta parábola y la del hombre que se despierta a medianoche para suplir la necesidad de su amigo, para que el amigo pueda ministrar a un vagabundo necesitado, se nos enseña que Dios escucha nuestras oraciones. Demasiado a menudo pensamos que nuestras peticiones no son oídas, y albergamos la incredulidad y desconfiamos de Dios cuando debiéramos reclamar la promesa: "Pedid, y  os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Luc. 11:9)...
¿Qué es la oración? ¿Meramente la presentación del hambre del alma? No; la presentación de nuestras perplejidades y necesidades, y de nuestra necesidad de la ayuda de Dios contra nuestro adversario el diablo... La oración ha de ofrecerse para la preservación de la vida, para la preservación de cada capacidad o facultad, para que podamos rendir el servicio más elevado a nuestro Hacedor...
El Juez justo no rechaza a nadie que vaya a él con contrición. Se complace más con su iglesia, que lucha contra la tentación aquí abajo, que en el imponente ejército de ángeles que rodean su trono. No se pierde ni una oración sincera. Entre los himnos del coro celestial, Dios escucha los clamores del ser humano más débil. Usted que se siente más indigno, encomiende su caso a él, porque sus oídos están atentos a su clamor. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Rom. 8:32).— Signs of the Times, 15 de septiembre de 1898.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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