martes, 26 de enero de 2016

EL PRECIO ETERNO

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? […] Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. Romanos 8:35-37

¿Cómo puede ser que Jesús experimentase una muerte eterna por nuestros pecados? Considera esta cita y un relato como respuesta.
“Con fieras tentaciones, Satanás torturaba el corazón de Jesús. El Salvador no podía ver a través de los portales de la tumba. La esperanza no le presentaba su salida del sepulcro como vencedor ni le hablaba de la aceptación de su sacrificio por el Padre. Temía que el pecado fuese tan ofensivo para Dios que su separación resultase eterna. […] El sentido del pecado, que atraía la ira del Padre sobre él como sustituto del hombre, fue lo que hizo tan amarga la copa que bebía el Hijo de Dios y quebró su corazón” (El Deseado de todas las gentes, cap. 78, pp. 713, 714).
Me acuerdo de un relato de la infancia, un relato sobre un niño que estaba terriblemente enfermo, tanto que, de hecho, los médicos dijeron que iba a morir. A no ser (y de esto dependía su suerte) que pudieran dar con alguien con su tipo de sangre, sumamente raro. Analizaron la de toda la familia, pero solo su hermana pequeña tenía el equivalente exacto. Los médicos y sus padres le explicaron la naturaleza de la emergencia y le preguntaron si estaría dispuesta a dar parte de su sangre para salvar a su hermano tan enfermo. Dándose la vuelta, reflexionó sobre la propuesta que le hacían. Finalmente, miró hacia atrás y asintió con sus rizos. Sí, daría su sangre por su hermano enfermo.
Pronto la conectaron a aquella bolsita de plástico que empezó a llenarse, gota a gota, de su sangre. Corrieron los minutos; el procedimiento acabó por fin. Y cuando volvieron a sacar a la niñita del laboratorio, con labios temblorosos y ojos rebosantes de lágrimas, alzó la mirada hacia el rostro de su padre y le preguntó en voz baja: “Papá, ¿moriré ahora?” Durante un instante, el padre quedó perplejo. E inmediatamente comprendió, como si hubiera sido alcanzado por un rayo, que su nena ¡había atravesado toda la dura experiencia de donar su sangre pensando que, cuando acabara, moriría!
¿Murió por su hermano? La resplandeciente verdad es que, en su mente, sí dio su vida, verdaderamente, por alguien a quien amaba entrañablemente. Igual que Jesús, que, en su mente, dio su vida para siempre aquella tarde de viernes para que tú y yo pudiéramos vivir por los siglos de los siglos.
¡No es de extrañar que nunca nada pueda separarnos del amor de Dios en Jesucristo!

Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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