sábado, 27 de febrero de 2016

“ACUDAN A MÍ, Y VIVIRÁN”

Somos invitados a venir, a pedir, a buscar, a llamar; y se nos asegura que no acudiremos en vano. Elena de White

Sucedió en un barrio muy pobre de la ciudad de Jerusalén. De pronto, en medio de un inclemente y crudo invierno, la mikve (estanque para los baños rituales) se congeló, y los habitantes de la zona, que eran muy pobres, no disponían de medios para repararla. El rabino convocó a todo el mundo en la sinagoga para tratar esta situación aparentemente insalvable. Todos sabían que había un judío rico en la ciudad que podría ayudar, pero era famoso por su mezquindad así que nadie quería recurrir a él. El rabino decidió visitar personalmente al poderoso señor, y apelar a su compasión.
Tras oír que llamaban a su puerta, el hombre rico la abrió de par en par y vio al rabino. Lo hizo pasar. “Rabino, sé que usted es un sabio. ¿Por qué ha venido aquí si sabe que yo nunca doy?”, preguntó. “Porque cuando fuera usted interrogado en el tribunal celestial sobre por qué no ayudó a sus hermanos, diría seguramente: ‘Porque nunca me lo pidieron’. He venido a quitarle esa excusa por medio de una petición directa”.*
Sabio el rabino, conocedor de la naturaleza humana. Esa naturaleza engañosa que nos ha convencido de que no debemos pedir, porque es deshonroso, señal de falta de orgullo o dignidad. O de que Dios es un tirano distante, que no responde a nuestras necesidades. Pero este concepto va directamente en contra del principio divino: “Pidan, y Dios les dará […]. Porque el que pide, recibe” (Luc. 11:9, 10).
Hemos de hacer exactamente igual que el rabino: reconocer nuestra necesidad, dejar todo orgullo a un lado y pedir ayuda al único que tiene la solución a nuestro problema: Dios. De hecho, “nuestra gran necesidad es en sí misma un argumento, y habla elocuentemente en nuestro favor. Pero se necesita buscar al Señor para que haga estas cosas por nosotros” (El camino a Cristo, cap. 11, p. 141). ¿Lo buscarás?
También somos a veces demasiado orgullosas para pedir ayuda a nuestros familiares, amigos y hermanos de iglesia. Sin embargo, no tiene nada de malo hacerlo. A través de ellos podemos recibir enormes bendiciones y pueden convertirse en el instrumento de Dios para responder a una necesidad nuestra. ¡No les quitemos ese privilegio cristiano!

“Pidan, y Dios les dará […). Porque el que pide, recibe” (Luc. 11:9, 10).
* Rabí Emanuel Marcus Z’L, reproducida en Boletín Judaica Site, 2 de enero de 2001.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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