lunes, 23 de mayo de 2016

“AMA” A TUS ENEMIGOS

Ama a tu prójimo, que es como tú mismo. Dios

“Mi primer recuerdo infantil es un suceso ocurrido en el verano de 1945 -cuenta Sharon McCann-. Mi madre se acercó a mí, llevando en las manos una cesta repleta de comida, e interrumpió mi juego infantil para que la acompañara a un lugar. Durante todo el camino yo iba haciendo preguntas: ‘¿A dónde vamos? ¿Para quién es esa cesta? ¿Por qué se la estamos llevando?’ Su respuesta fue: ‘Vamos a esa casa de la esquina, a visitar a un amigo de tu hermano, el que murió en la guerra. El joven está casado con una japonesa y la ha traído a vivir a los Estados Unidos. Pero como Japón fue el enemigo de nuestro país, no hay nadie en toda la ciudad dispuesto a venderles nada. Están pasando hambre y por eso vamos a llevarles comida’. En ese momento recordé que precisamente los japoneses habían matado a mi hermano’’.*
A todos nos lleva más tiempo de lo que dura un breve paseo de verano aprender una de las grandes lecciones de vida que Dios quiere enseñamos: “Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo” (Mat. 5:44,45, NVI). ¡Que ame a mi enemigo! Existen pocas órdenes más difíciles que esta, especialmente si interpretamos “amar” en el sentido en el que amamos a nuestra pareja, a nuestros hijos o a nuestros padres. Casi me atrevo a decir que eso sería imposible. Pero la palabra que se traduce como “amen” en el texto bíblico es una forma del verbo agapo, el tipo de amor que Dios expresó hacia nosotros permitiendo que su Hijo viniera a redimimos cuando nosotros éramos aún sus enemigos (Rom. 5:8). En otras palabras, Dios pide de nosotras algo que él mismo ya hizo, que sabe en qué consiste, y que está seguro de que es posible con su ayuda. Dios espera de nosotras que seamos capaces de “amar”: tratar con respeto, cortesía, consideración cristiana y bondad, a quienes nos han hecho daño. Esto no parte de los sentimientos, sino de la voluntad.
Dios nos pide que tomemos, voluntariamente, la determinación de tratar con respeto, cortesía y bondad a todo el mundo, sin hacer acepción de personas (Hech. 10:34). “Todo el mundo” quiere decir precisamente eso, ¡todo el mundo!, incluso los que resultan difíciles de “amar” (los enemigos de mi país, la gente marginada de mi ciudad, esa compañera de trabajo competitiva, mi ex, la gente abusiva…). Esto, aunque lo parezca, no es un imposible, si vemos en cada persona un hijo de Dios, independientemente de cómo su carácter y sus actos nos afecten. Aunque resulta fácil odiar a quienes me odian, no aspiremos a hacer lo que es fácil, sino a cumplir la voluntad de Dios.

“Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo” (Mat. 5:44, 45, NVI).

* Alice Grey y Barbara Baumgardner, Sumes for the Heart [Historias para el corazón] (Oregon: Multnomah Publishers, 2000), pp. 231, 232.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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