viernes, 2 de marzo de 2012

LA ROSA BLANCA

Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Mateo 5:13.

La Rosa Blanca. Parece un nombre común. Pero así se llamó uno de los pocos movimientos que tuvieron la osadía de enfrentar a Adolfo Hitler. ¿A quien se le pudo ocurrir semejante locura? A cinco jovencitos, estudiantes de la Universidad de Munich.
Bajo el liderazgo de los hermanos Hans y Sophie Scholl, los integrantes de La Rosa Blanca consideraron que era su deber expresar su preocupación por Alemania. «Somos cristianos, y somos alemanes —escribieron—; por lo tanto, somos responsables por Alemania».
Su opinión era que Hitler estaba conduciendo a la nación a la destrucción, y que era necesario hacer algo para frenarlo. Fue así como a mediados de 1942, decidieron distribuir en la universidad una publicación llamada precisamente La Rosa Blanca. En ella denunciaban las atrocidades del régimen nazi, afirmaban que Hitler estaba esclavizando gradualmente a Alemania, y hacían un llamado a la resistencia pacífica. Una publicación fue seguida por otra, y otra... hasta que, el 18 de febrero de 1943, Hans y Sophie fueron arrestados. Acusados de alta traición, fueron sometidos a juicio, junto a otro miembro del grupo. En cuestión de días, fueron ejecutados en la guillotina. Los otros tres miembros corrieron la misma suerte.
¿Por qué estos jóvenes decidieron enfrentar a un régimen tan poderoso, a sabiendas de que, de ser capturados, les esperaba una muerte segura? Es difícil responder. Cuando la vida está de por medio, debemos pesar con cuidado y con oración las posibles consecuencias de nuestros actos. Pero más allá de este espinoso asunto, hay por lo menos una valiosa lección que podemos aprender. Los integrantes de La Rosa Blanca razonaron que, por ser cristianos, y además alemanes, eran responsables por el bienestar de Alemania. Tu y yo somos cristianos, pero además somos miembros de una familia, un vecindario, un colegio, una iglesia, una institución y una nación. Pues bien, por el hecho de ser cristianos, somos también responsables por el bienestar de esa familia, de ese vecindario, de ese colegio. Cualquiera sea el círculo al que pertenezcamos, ¡nuestra presencia ahí tiene que hacerse sentir para bien!
Como bien lo dice el conocido cantico: «Brilla en el sitio donde estés». ¿No fue este el ejemplo que nos dejó el Señor Jesús?
Padre celestial que donde quiera que me encuentre hoy, mi presencia pueda ser una bendición para los que me rodean.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

No hay comentarios:

Publicar un comentario